Por
Farid Kury
Nelson MandelaA menudo oigo, a modo de
elogio, que fulano o mengano es un líder que no olvida, que el que se la hace
se la paga, aunque sea dentro de 100 años.
Yo esto lo veo de otra manera.
Para mí, esa conducta, en vez de elogios, lo que merece es pena. Quien no es capaz
de olvidar está lleno de odio y resentimiento. En el fondo, ese tipo de
líderes, poseen una alma infeliz, enferma de odio, que es una enfermedad que no
deja vivir en paz. Los grandes líderes no odian, saben olvidar. Olvidan las
ofensas. Quien no olvida lleva sobre su espalda una pesada mochila de
resentimientos que lo convierte en un prisionero de sí mismo, de su alma de
pobre diablo, y esa prisión es la peor de todas.
Un líder rencoroso en verdad
es un desastre, un fracaso, como ser humano, y eso es lo peor que le puede
pasar. Puede ser inmensamente talentoso, pero si su norte es el rencor no pasa
de ser, como humano, un miserable lleno de odios y quebrantos emocionales
destructivos.
Pero si la idea de algunos no
es ver en el político la parte humana, entonces es preciso saber que esos
líderes, repletos de rencores, también son un fracaso como políticos. El rencor
obnubila, ciega, empequeñece la visión. El rencor es la maldad, el perdón es la
bondad. El político que no puede dejar el resentimiento y seguir hacia delante
está incapacitado para dirigir el rebaño a un destino seguro.
El rencor, dijo el gran Nelson
Mandela, es como pretender tomar un veneno y que no te haga daño. Te hace daño
y te destruye como ser humano y como político. El rencor es rigidez y la
rigidez es la muerte. El líder rencoroso no es flexible. Lo consume el rencor y
no puede pasar la página atrás. El rencoroso odia. Es odioso y odiado,
aunque él y sus seguidores crean lo contrario. No genera empatía, en
cantidades abundantes y necesarias. La empatía está en la bondad y el perdón.
Nelson Mandela, el líder
sudafricano de categoría universal, fue conocido por el mundo entero por sus
largos años en las cárceles racistas. Ahí se miraba al luchador antiracial, al
político revolucionario y antiimperialista, al líder del Consejo Nacional
Africano. Ahí fue visto con respeto por los que tenían ideas iguales a las
suyas. Pero su grandeza mayor la adquiere cuando sale de la cárcel y le
demuestra al mundo que se puede ser político sin ser rencoroso, ser presidente
de una nación sin vengarse de los que lo humillaron y lo torturaron. Que se
puede perdonar y triunfar. Que se puede ser un líder político sin dejar de ser
humano. En la cárcel fue admirado por sus seguidores. Fuera de la cárcel,
con esa capacidad de perdonar a sus verdugos, fue querido y amado por
todos. Tal vez ese sea su mayor legado.
Los líderes aprenden de los
otros líderes. No se creen autosuficientes. Dice nada menos que Bill Clinton,
un hombre sumamente inteligente que le tocó la difícil tarea de gobernar
durante ocho años un imperio y salir bien, que Nelson Mandela le dijo y le
enseñó que no se puede liderar con rencor. Y que Issac Rabin, el líder israelí
que firmó un acuerdo de paz con el gran líder y siempre difícil Yaser Arafat, y
que fue asesinado por un maldito fanático israelí, no árabe, le enseñó
que las paces se hacen con los enemigos no con los amigos.
Cuando se
alcanza la categoría de líder es deber arrojar la mochila del resentimiento al
fondo del mar y dejar pasar muchas cosas, por más valederos y hasta
justificados que sean los sentimientos de ofensa, que pudieron haber existido
en un determinado momento de oscuridad. Total, todo pasa y lo que queda como
legado de un líder es lo que pudo hacer en beneficio de su pueblo, no de
sus sentimientos particulares.
Fuente: página de Facebook de Farid Kury.
Farid Kury