Por: Carlos Julio Báez Evertsz
Si hay algo que celebrar, destacar y alabar –por encima de toda
otra cosa-, es que el 5 de julio de 2020, el pueblo dominicano volvió a dar una
lección de madurez democrática en las urnas. No solo por ir a votar en
porcentajes elevados sino por hacerlo con libertad, responsabilidad y dignidad.
También hay que reconocer–con la
cabeza fría-, que la actuación de los líderes políticos y gubernamentales del
PLD fue ejemplar, al reconocer, aún antes del término del conteo oficial de los
votos, el triunfo abrumador en todo el territorio nacional de Luis Abinader.
Se ha expuesto por el sociólogo y politólogo dominicano,
profesor universitario en los EE.UU, Emelio Betances, que Abinader viene a
inaugurar en la política dominicana posterior a Trujillo, que por primera vez
un empresario, acceda electoralmente a la presidencia de la República.
Como es sabido, antes de él, la alta magistratura del Estado ha
recaído en profesionales de “clase media”. Algunos como Balaguer y Bosch, reconocidos
intelectuales a la par que políticos profesionales, y los demás han sido
profesionales, técnicos y políticos de largo ejercicio, aunque algunos con
intereses empresariales como Hipólito Mejía.
Luis Abinader por su curriculum vitae, centrado en el mundo
empresarial, que además optó como vicepresidenta por una mujer también empresaria,
necesitaba fortalecer su lado “popular”, y eso lo logró con el apoyo de
partidos de izquierda como el APD de Max Puig, el Frente Amplio, el PCT y
otros. Además de haber obtenido el apoyo de sectores representantes de la clase
media profesional, como “Coalición Democrática” y de líderes reconocidos de
diversas organizaciones populares. Todos esos apoyos equilibraron la percepción
en la opinión pública de su marchamo excesivamente corporativo empresarial.
El 16 de agosto lo que se traspasará a Abinader es una papa
caliente o aún más, un gran marrón: el covid-19 aún no alcanza su pico y no es
descartable un incremento de los contagios, ello obligará a tomar medidas
drásticas en materia sanitaria y, traerá secuelas económicas. Sin duda
aumentará el déficit del Estado, caerá el crecimiento del PIB, se incrementará
el desempleo y los más pobres y excluidos sociales verán empeorar más, si cabe,
su ya deplorable situación. Habrá, pues, poco espacio para la erótica del poder
y mucho de sudor y lágrimas.
Todo nuevo presidente se ve sometido a una avalancha de
peticiones de cargos de sus financiadores, de los miembros de su partido, de
los aliados políticos, de las expectativas, siempre grandes y a veces
desproporcionadas, de sus sostenedores. Puede decirse que hay que tratar de
contentar a todos, a unos de manera inmediata, a otros pidiéndoles paciencia e
incluso a algunos con un no rotundo.
Cuentan el caso de un financiador que exigía un cargo
determinado por los millones que había donado. El presidente electo le escuchó.
Llamó a uno de sus hombres de confianza y le dijo que le entregara al
demandante la suma íntegra de lo que había donado. Al dársela le dijo: Muchas
gracias. Aquí tiene su dinero. Y no quiero verle más por aquí. Caso cerrado.
El Presidente elegido deberá formar rápidamente un Gobierno. El
sabrá lo que desea para hacer lo que tiene previsto en su fuero interno. Ahora
bien, si algo tiene el acervo de la ciencia política que aportar en estos
casos, se puede resumir, en breve, en lo siguiente: el mejor gobierno es aquél
que combina sabiamente la experiencia con la novedad, el “amateurismo” del
recién llegado a los puestos públicos, con la coraza de los expertos “hombres
del estado”, que han desempeñado, por años, puestos en el mismo y conocen al dedillo
los intríngulis del Estado.
La tentación del nuevo gobernante, y más si el mismo es nuevo en
cuestiones estatales y de administración pública, es dejarse llevar por los
cantos de sirena de quienes tienen un interés objetivo en desembarazarse de
todo lo antiguo, como si lo antiguo fuera sinónimo de desechable. Inclusive los
muebles, las joyas antiguas, son más valoradas en el mercado por los expertos,
que lo novísimo. Salvo, claro, por los horteras.
En fin, siempre ha sido así con cualquier tipo de gobierno
reformista o conservador, liberal o progresista, el equilibrio para hacer un
buen equipo de gobierno es combinar en la justa medida tradición e innovación.
Experiencia y sangre nueva. Buscar el justo medio entre el adanismo y lo rancio.
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