Por: Fortune Modeste Valerio
Los dirigentes revolucionarios
deben «dar la cara» dejar su bajo perfil para buscar soluciones a los problemas
nacionales y locales. Solo así podemos proyectar una nueva forma de hacer
política y ganar el corazón de la gente. No hay que esperar el 2024.
¿Cómo aprovechar el momento? Con frecuencia recibo cuestionamiento
en ese sentido. Lo primero que debemos hacer es afilar la puntería en
el análisis económico, político y social de la sociedad, para tener una visión
objetiva. Tomando en cuenta que éste se mueve constantemente; de lo contrario,
podríamos observar el fenómeno en forma equivocada, como sino se moviera.
El movimiento de los fenómenos, es clave identificarlos, nos
permite observarlo detenidamente, dar en el clavo, en el mismo
centro y en el preciso momento. Acabamos de salir de un proceso electoral
traumático y preñado de irregularidades, donde se identifico el blanco
principal y común, para darle con contundencia y derrotarlo.
La derrota de Danilo y el PLD, fue obra y gracia a
los deseos y voluntad del pueblo. Sabiamente interpretado por organizaciones y
dirigentes políticos que articularon una maquinaria electoral para darle el
tiro mortal, y, por el momento, salir de los corruptos morados. Con su
desplazamiento se crea un nuevo escenario, estrenando un nuevo gobierno que
llega con su programa debajo de los brazos.
Si no se admite que hay un momento nuevo, no se puede
aprovecharlo; seguimos haciendo lo mismo de siempre. El país respira un aire
fresco y con grandes expectativas. Negarlo es una necedad de miopes y de los
que quieren vivir en el pasado y sus recuerdos. El gobierno de Abinader ha dado
demostración de un cambio en la forma de gobernar, a pesar de los nublaos que
aparecen de vez en cuando. ¡Maña fuera!
Los movimientos gubernamentales ejecutados se realizan dentro de
una débil estructura capitalista que entra con una nueva visión de gobernanza,
y con personajes encuadrados en una imberbe burguesía liberal; actúa con las
manos atadas. La presencia determinante de los Estados Unidos de Norteamérica, atrofia y desnaturaliza su esencia de clase.
La tarea de los revolucionarios es profundizar el proceso de
institucionalización democráticas, rechazando cualquier distorsión que
obstaculice su viabilidad; su dependencia imperial es una de ellas. Y para eso,
se requiere articular una maquinaria unitaria que descanse en formulaciones
teóricas, claras y precisas, que describan el momento, y recojan las necesidades más sentidas de la
población.
No es posible avanzar sin unidad. Seguir aislados y dispersos, es
una aberración histórica imperdonable. Para esto, es indispensable definir el
trayecto de la revolución: seguir directo al socialismo, un sentimiento
emocional y desenfocado de la realidad. O, completar el proceso democrático que
nos permita acumular fuerza, ganar espacio, consolidar un instrumento de
vanguardia y dar un golpe demoledor a los sectores de clase que ostenta el
poder.
El Proyecto de Nación será la visión que se tiene para la
construcción de un nuevo país: debe ser el resultado de una profunda
investigación de la sociedad; de nuestras posibilidades, el nivel organizativo
y la influencia en la población. Que el mismo no sea elaborado única y
exclusivamente por los intelectuales organizados e independientes; tienes que
bajar a las estructuras organizativas partidarias para su estudio y
enriquecimiento.
Mientras tantos, debemos caminar, andar de las manos, en el seno
del pueblo, ganando su corazón y su confianza, para colocarnos en mejores
condiciones y romper de frente, en forma radical, con una maldita división y un
asilamiento que ha dejado serias secuelas de daños irreparables, por el
momento, a los revolucionarios.
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