Fragmentos del escritor y teatrista Frank Disla, en la
presentación del libro “Otras Muestras de Dramaturgos del Sur, del periodista y
escritor, Edgar Valenzuela. Con especial ponderación a Ulises Heureaux hijo,
cuya obra Alfonso XII figura en la obra presentada.
Llamarse
Ulises Heureaux, como el autor que nos toca, es un estigma de dimensiones
históricas: nos conduce irremediablemente a Lilís y sus tres períodos de
gobierno, su ajusticiamiento en Moca, sus ‘papeletas’ inorgánicas que llevaron
al país a la quiebra y sus numerosas anécdotas que forman parte de la tradición
oral y escrita del imaginario popular. Pero estamos hablando de su hijo nacido
en San Juan de la Maguana el 14 de diciembre de 1870, fruto de su relación
amorosa con Juana Ogando, miembro de una familia que defendió la Independencia
y restauración de la República. A Ulises Heureaux, hijo, lo envió su padre a
París a estudiar Derecho, carrera que abandonó para dedicarse a visitar teatros
y museos, la bohemia parisina, obviando los tratados y códigos penales del
Derecho Francés que tanto ha influenciado la jurisprudencia universal,
nutriéndose, al contrario, de los aportes del arte y la literatura francesa,
codeándose y recibiendo instrucción de maestros versados en estos temas.
Mientras el llamado Pacificador pacificaba, a sangre y fuego las
numerosas revueltas que se suscitaban a lo largo y ancho de la joven República,
su hijo en París ensanchaba sus conocimientos y adquiría la experiencia de vida
que lo convertirían en un versátil escritor que llegó a cultivar con éxito
varios géneros literarios como el Cuento, la Novela y el Teatro, convirtiéndose
en su época, en un pionero del quehacer literario. También componía canciones,
las que musicalizaba al piano, ya que también tocaba este instrumento. Un
hombre, pues, sensible que distaba del arrojo guerrero de su padre que vivió
con dos balas en el cuerpo, una mano malograda y que en más de una ocasión se
le escapó a la muerte a la que constantemente desafiaba con su valentía
proverbial y su inteligencia sublime que lo llevó a ocupar la primera
magistratura del Estado Dominicano, sentando las bases de su posterior
desarrollo y descalabro.
En una sociedad semi-rural donde aún predominaba la producción
hatera, en la que el soborno y la corrupción permeaban el ejercicio de la
política, donde el fusilamiento de los contrarios era la forma más recurrente
de dirimir el debate político, el joven Ulises Heureaux Ogando hubo de ejercer
su vocación teatral y literaria.
Edgar Valenzuela se refiere a él en estos términos: “Sus libros y
publicaciones en revistas culturales, y sus artículos en los periódicos,
dejaron al descubierto que el joven, más que para la guerra y la política,
tenía talento para las narraciones escritas, el drama, el ensayo y la música”.
Mientras que Max Henríquez Ureña dice: “Heureaux hijo sabia
preparar los motivos escénicos y mover los personajes; conocía los secretos
menudos de la técnica teatral, ‘le metier’. Con esas condiciones triunfó
reiteradamente en sus empeños escénicos”. Sus resonados éxitos con la puesta en
escena de sus obras teatrales “La muerte de Anacaona”, “El grito de 1844”, “El
artículo 291”, “Consuelo”, “La noticia sensacional”, “La fuga de Clarita”,
“Entre dos fuegos”, “El enredo”, “En la hora suprema”, “El Jefe”, De director a
ministro”, “La inmutable”, “Blanca”, “Genoveva” y “Alfonso XII”, lo ponen en
competencia con Franklin Domínguez y Reynaldo Disla, dos de los Dramaturgos
dominicanos más montados del siglo pasado, superándolos. Estamos, pues, sin
exageración, ante un Lope de Vega dominicano.
Manuel de Js. Goico Castro expresa del autor que: “En el estudio
de sus dramas, hemos admirado la impecable desenvoltura con que se mueven sus
personajes y como de sorpresa en sorpresa, de lance en lance, logra una
solución efectista y artística de gran revuelo e intensidad”. La última escena
de “Alfonso XII”, Max Henríquez Ureña la califica como “una curiosa obra de
tipo histórico”, es un buen ejemplo de la calidad dramática manifiesta en las
obras de Heureaux Ogando, que compendia y sintetiza la responsabilidad con que
el autor asumía el acto de creación. Confieso que de no haber sabido su
procedencia hubiera creído que era una traducción bien realizada de William
Shakespeare. Elegantemente construida, le otorga a esta antología de
Dramaturgos del sur un toque clásico y a la vez la muestra fidedigna de un
botón de la camisa creativa de uno de nuestros más excelsos dramaturgos, que
pone en relieve, parafraseando a Benedetti, a hombres y mujeres que saben,
aprovechando el sol, a que asirse, “apartando lo inútil/ y usando lo que
sirve/con su fe veterana/ el sur también existe”.