Por Rolando Robles
NEW YORK.- Esa figura gastada “por el paso de los años”, es sin dudas, el dominicano más solidario y progresista -al mismo tiempo- que yo haya conocido. Pero cuidado, si lo miras a la luz de su razonamiento personal, es muy probable que pienses que yo le estoy jugando una mala pasada a mis lectores.
Luis Gaspar De La Rosa (Guiguí La Vela) era un espigado joven cuando lo vi por primera vez, al final de la Era; hijo de don Fello Gaspar y doña Francisca De La Rosa y hermano de Roberto (Tite o Guiguicito) hoy es un sobrio exponente de su etnia, medio africano y medio rastafari, que luce con orgullo sus trenzas, tejidas desde hace más de cuarenta años.
Intransigente con las ideas de izquierdas acuñadas en el ocaso del régimen, se alistó en el movimiento contestatario de la época y fue a parar a las filas de los llamados “revolucionarios de avanzada” aunque, su perfil ideológico no pasaba de ser “democrático y antitrujillista”. Mas luego, y al calor de esa explosión social que se generó aquel 30 de mayo glorioso, a ese sentir -que era propio de casi toda la muchachada urbana del país- se le fueron agregando otros “anti” y de sopetón, ya también éramos antiimperialista.
Sin dudas, Guiguí es una muestra viva del siglo XIX, a pesar de que se empeña en negarlo o encubrirlo. Su fecha de nacimiento debió ser a principios de esa centuria de logros y emancipación de América Latina, para ser testigo viviente de la industrialización y el nacimiento del capitalismo, de las ideas de Carlos Marx y Charles Darwin, de la penicilina y el teléfono.
En fin, Luis Gaspar nació y todavía vive con el mismo espíritu de la máquina de vapor y el automóvil de gasolina, con la Segunda Revolución Industrial, con los aportes de Pasteur, con la anestesia, la aspirina y el sistema de salud pública. Ese primer parto de doña Francisca, tuvo lugar probablemente, dentro del elevador, junto a la máquina de escribir, el avión y la fotografía, el jabón en pasta y la adictiva Coca Cola.
Señalo estos hechos, porque sé muy bien que Guiguí, también es un logro tardío de esos cien años de esplendor y gloria de la humanidad. Es seguro que le hubiera gustado haber nacido en la misma época que Martí, Frederick Douglass, Hostos, Duarte, Luperón y Olivorio Mateo (Papá Liborio). El siglo XIX es su “siglo de oro”, porque en el aparecieron, El Zorro, Pinocho, Sherlock Holmes, Frankenstein y hasta el mismo Drácula.
Es verdad que prefiere a Malcolm X sobre Martin Luther King, que posiblemente le hubiera gustado ser parte de la “Generación del 98”, aunque no quiere saber de España, porque aún teniendo un abuelo español, su alma está anclada en África, al sur del Sahara. Su africanía desborda cualquier pensamiento racional, así como su simpatía y devoción por el pueblo haitiano.
Él considera -erróneamente, por cierto- que ellos, los haitianos, son los redentores de la parte oriental de la isla, o sea de la República Dominicana. “Los haitianos liberaron la isla de la esclavitud”, proclama a viva voz; y “nunca lo han reconocido, y mucho menos agradecido”.
Hoy, he querido hablar de este animal de galaxia, parafraseando al maestro Milanés, porque siento que es una deuda que tengo conmigo mismo. Jamás me perdonaría irme de este reino sin dejar constancia de la categoría moral de este ser de otro mundo, controversial, luchador impenitente, pero, sobre todo portador de un corazón tan grande como el mar y definitivamente loco; porque puede amar sin tapujos y al mismo tiempo, a cada uno de los habitantes de la isla de Quisqueya o Haití.
Su niñez transcurrió en la pobreza casi extrema, atenuada únicamente por el espíritu emprendedor de don Fello que vendía desde hielo, hasta carbón y frío frío, en la plazoleta de San Antón; y todo para mantener a su extensa familia de doce hijos en cinco o seis mujeres. Tal era el poder de conquista de este hijo de esclavos naturales de las Antillas Holandesas. Mocando, de ojos “alagarteados” y porte seductor, el viejo Fello resultaba irresistible para las mulatas criollas.
Guiguí La Vela, creció entre San Antón, El Timbeque y Galindo (hoy Mejoramiento Social) pero, su zona por excelencia para “tiguerear” era el Solar de la Piedra, casi a la entrada del puerto, frente a la antigua residencia del gobernador Diego Colón, hoy Alcázar de Colón y cercano a la casa del Patricio Juan Pablo Duarte. En esa zona se asentaron varias familias provenientes del caribe holandés (Curazao, Bonaire y Aruba) de suerte que permitieron a Guiguí fortalecer los nexos con su etnia de origen.
Su incursión política se registra desde la adolescencia, conspirando contra el trujillismo en decadencia. En 1960, con la llegada del MPD, se incorpora al partido acompañando a Máximo López Molina, Andrés Ramos Peguero, César Rojas y otros patriotas que participaron en la lucha abierta contra el régimen. Al ajusticiar el tirano en mayo de 1961 y registrarse un receso político del MPD, arriba el PRD (5 de julio) y Guiguí se integra de inmediato.
Allí, junto a Eliseo Andújar (Barahona), Homero Hernández, Fernando Ortiz Bosch y Aridio García De León entre otros, el inquieto joven se suma a la lucha contra los remanentes del trujillato. Después del golpe de estado de 1963, Guiguí, Homero y Barahona, se mueven al Movimiento 1J4, acompañando a Rene Montás, Margarita Cordero, Fidelio Despradel, Teófilo Barreiro y Nelson De Peña Then, entre otros distinguidos combatientes.
Esa travesía política del larguirucho y tenaz mozalbete demuestra una juventud ávida de participación en las luchas democráticas, pero sin mucha formación ideológica, cuando menos al inicio de los años 60’s. La generalidad de los que éramos adolescentes y/o jóvenes al momento de la caída del régimen, no establecíamos diferencia entre MPD, PRD, 1J4 y Unión Cívica. Para el pueblo llano y trabajador, eran “organizaciones patrióticas”; y con eso nos bastaba.
El apodo con que yo lo conocí, “Guiguí La Vela”, se justifica en su estatura. En un momento del pasado deportivo de la ciudad, Luis Gaspar y Marino Mejia, otro dominicano ilustre de Nueva York, eran “centros” del equipo de baloncesto de dos de los principales clubes deportivos, Mauricio Báez y San Antón.
El siguiente eslabón de la cadena de vida de este descendiente de esclavos africanos, fue la epopeya de abril de 1965. Esa revuelta que catapultó la juventud dominicana del momento al escenario de los héroes. Sin embargo, aun falta por definir si el balance final fue, en definitiva, para beneficio tangible del pueblo dominicano. Me atrevo a apostar que, este párrafo será el punto de discordia de mis lectores, incluido el propio protagonista del relato; pero, para eso estamos, para interpretar la historia que vivimos.
Con la mal llamada “guerra de abril”, le llegó el mote -muy merecido, por cierto- de “Comandante Guiguí”, repetido y reconocido por todos los narradores válidos, que se inclinan respetuosos ante este gigante de la patria que, con a penas un sexto grado de primaria, supo jugar el papel histórico que el pueblo y las circunstancias históricas le impusieron.
Desde el comando Arturo Jiminián, localizado en el antiguo edificio que alojaba la Dirección General de Estadísticas de ese entonces, en la calle Las Mercedes con Hostos, respondió con valentía y patriotismo, el Comandante Guiguí, la fiera agresión -a morterazo limpio- del imperialismo y su llamada “Fuerza de Paz” de la OEA.
Firmado el armisticio e instalada la maquinaria aniquiladora de la juventud diseñada por el nefasto MAAG (Military Assistance Advisory Group), el Comandante Guiguí se vio precisado a salir del país para preservar su vida. Corre el año de 1967 y en la ciudad de París, luego de una travesía que lo lleva hasta Checoeslovaquia y Cuba, sobreviviendo gracias al ingenio y la ayuda revolucionaria, conoce a Doris, una joven nativa de Michigan, USA y dos años después, la desposa y levantan familia.
Doris estudiaba en Francia y no pudo resistir los embates amorosos del apuesto mulato, copia fiel del viejo Fello. Hoy, a 50 años de conocer al padre de sus tres hijos y testimoniando un amor de toda la vida, la ex maestra, sintetiza su relación con el mocando de San Antón de una manera muy peculiar: “Rolando, tú eres su amigo y lo conoces muy bien, él es la cruz que yo escogí llevar, como él me escogió también a mí por compañera. Guiguí es responsable, cariñoso, solidario, proveedor. Si fuera pudiera, me casaría de nuevo con él”.
Iniciando este año, que espero sea de recuperación, quise recordar esta pareja especial, que todavía se hablan en francés, para recordar sus amores juveniles en la ciudad luz. Mi propósito es dejar constancia de la reciedumbre moral y ética de este singular ciudadano. Y quiero cerrar con una confesión de Doris, su compañera y cómplice de toda la vida, que nos habla por boca de Edith Piaf, cantando a Jacques Brel:
Je creuserai la terre
Jusqu’après ma mort
Pour couvrir ton corps
D’or et de lumière
Ne me quité pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
¡Vivimos, seguiremos disparando!
Fuente: Comandante Guiguí, una muestra del siglo XIX (labazuca.com)
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