COMITÉ PERMANENTE 9 DE FEBRERO
¡Oh gloria, infausta suerte,
si eso inmenso es morir,
dadme la muerte!
Cuando la gloria
a esta estrecha mansión nos arrebata,
el espíritu crece,
el cielo se abre,
el mundo se dilata
y en medio de los mundos
se amanece.
José Martí*
Algunos han criticado que nombremos los acontecimientos del 9 de febrero como una masacre. Argumentan que tal concepto se refiere a una determinada cantidad de seres asesinados. Tratan de reducir el valor real del acontecimiento al número de caídos, sin tomar en cuenta otros factores asociados al acto del terror en sí y de contra quiénes se ejecuta.
Los que así piensan, lo hacen en contra de la historia y forman parte de ese conglomerado de personas que tratan por todos los medios de ocultar las atrocidades que han cometido los enemigos del pueblo dominicano.
Se pretende despojarnos de nuestros valores, del sacrificio de nuestros patriotas y de esa larga lucha por afianzar nuestra soberanía y nuestra independencia. Y no es solo con la tragedia del 9 de febrero, que se ejerce una posición antihistórica. Ya conocemos el interés de dos altos mandos militares golpistas (Ramiro Matos y Elías Wessin) de desconocer los acontecimientos de la Batalla del Puente Duarte, en la guerra constitucionalista. Negándola, y encuadrando esa gesta como una simple escaramuza.
El 9 de febrero tiene su origen en el sermón de Fray Antón de Montesinos, cuando aquel 21 de diciembre del 1512, enfrentó a los explotadores encomenderos por el abuso y crímenes contra los pobladores de la isla. Esos pobladores fueron los masacrados en ese entonces.
El 9 de Febrero se expresó en las balas que cercenaron las vidas de María Trinidad Sánchez y Francisco del Rosario Sánchez. El 9 de Febrero estuvo presente en la traicionada expedición de Cayo Confites, en la expedición de Luperón en el 49 y en la de la Raza Inmortal del 14 de junio del 1959.
El 9 de Febrero cayó fulminante sobre los cuerpos de las hermanas Mirabal, un 25 de noviembre de 1960. Y volvería esa metralla inmunda a cercenar las vidas del Dr. Manuel Aurelio Tavárez Justo y sus compañeros del Catorce de junio.
El 9 de Febrero es una constancia histórica imposible de medir con un número matemático, porque tal masacre, no fue solo contra los niños y jóvenes que levantábamos la bandera nacional. Fue una masacre alevosa y cobarde contra la misma patria que forjaron nuestros padres fundadores.
¿Y cuántos 9 de Febrero están presentes e impregnados en la conciencia y en la historia del pueblo dominicano? Es en una cronología histórica inversa que necesariamente tenemos que vislumbrar esta horrible masacre, que a más de medio siglo mantiene vigente las causas que la originaron. Y en esa continuidad de la cronología inversa tenemos que recordar, que, en este mismo lugar frente a la verja perimetral del Palacio Nacional, un 27 de septiembre del 1965, fue asesinado por la espalda el estudiante Pedro Tirado Calcagno. Y es esa tenebrosa vorágine de odio, terror y cobardía lo que llevó al intento de exterminar al Estado Mayor del "Ejército del pueblo y los soldados de la libertad", el 19 de diciembre de ese mismo año en la ciudad de Santiago.
No se detenía la sed de sangre, y el 11 de enero del 1966 es asesinado nuestro compañero Ismael Aníbal Perdomo Medrano (Mayelín) y herido el estudiante Sócrates Robinson en el Liceo Secundario Juan Pablo Duarte, cuando levantaban las mismas consignas que nos agruparía de nuevo aquella fresca y soleada mañana del 9 de febrero del 1966.
La manifestación del 9 de Febrero no solo era un grito de protesta o rebeldía. Era una fiesta juvenil de encontrarse de nuevo entre sí el alumnado de la educación Intermedia y Secundaria, con nuestros queridos y admirados estudiantes de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y su Movimiento Renovador, por una educación Democrática y Popular. Era un reencuentro festivo, alegre, después de largos meses de una guerra fratricida y de una invasión militar que detuvo el camino de construir nuestra democracia después de una dictadura de tres décadas.
¿Y por qué sucedió un crimen de esta naturaleza contra adolescentes y jóvenes indefensos que solo portábamos en nuestras manos lápices y cuadernos? Por el odio inoculado en nuestros hermanos guardias y policías, a quiénes se les enseñó, y se les enseña todavía, que los luchadores por la libertad, la democracia y la independencia son criminales y asesinos a los que hay que exterminar.
El ametrallamiento a los estudiantes el 9 de febrero no fue un hecho aislado sin causas o antecedentes. Fue el resultado de ese odio, de esa saña que desde la tiranía trujillista se forjó en nuestras Fuerzas Armadas y Policía Nacional.
Los antecedentes del ametrallamiento del 9 de Febrero se remontan a crímenes y hechos anteriores que vienen a constituir toda una marea incesante en la lucha por la libertad del pueblo dominicano.
Los actos de combate que durante tres décadas realizó el movimiento revolucionario y democrático contra la dictadura trujillista, contra ese régimen y contra los golpistas que derrocaron el gobierno constitucional del profesor Juan Bosch, constituyen toda una cadena de heroica resistencia, con la que nuestro pueblo ató sus esperanzas de justicia y libertad.
Hoy, al recordar la Masacre de Febrero, nos encontramos amenazados por una terrible pandemia que nos obliga a ser más conscientes y solidarios en nuestro ferviente deseo de justicia social, de libertad y democracia; pero sobre todo, a mantener nuestro compromiso de enfrentar todo tipo de corrupción, de crímenes, robos, y de seguir el combate contra todo tipo de injusticia y privilegios.
Esas muertes de Miguel Tolentino, de Santos Méndez, Luis Jiménez Mella y de Amelia Ricart Calventi se mantienen en nuestros recuerdos, junto al sonido cruel de los disparos. Todas las flores de nuestra patria están guardadas para ellos, en nuestros corazones.
Tony Pérez y Brunilda Amaral, todavía marchan con pasos ascendentes de una vida en dignidad, sin reclamar nada; solo conscientes de haber estado en un momento y en un lugar donde trataban de levantar la bandera de la patria, ya herida, y cuando las metralletas penetraron en sus cuerpos indefensos, llenos de esperanza.
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