Por César Pérez
La reciente falsa electoral en
Nicaragua, diseñada y dirigida por el matrimonio Ortega, merece la más enérgica
repulsa de todo que aquel que se sienta, y realmente sea, defensor y propulsor
de los valores que definen una persona, partido o movimiento de izquierda. Esa
falsa, llevada a efecto mediante la represión más descarnada contra quienes
disienten de la dictadura de los Ortega, particularmente contra figuras
emblemáticas de lo que fue la revolución sandinista, constituye uno de los
peores golpes a una izquierda que, en medio de sus avatares, da señales
aleccionadoras en algunos países. Lastimosamente, ese sainete, es defendido por
algunos izquierdistas argumentando que la oposición es financiada por los
Estados Unidos, guardando otros un embarazo silencio.
La
degeneración de la revolución sandinista en una satrapía familiar, y el apoyo
que esta tiene de parte de gente que se dice revolucionaria, plantea el tema
izquierda y democracia. La democracia, a la que Marx no le puso adjetivo
alguno, es hoy día el escenario fundamental de la lucha política, y potenciarla
hasta las últimas consecuencias no sólo es una vía para obtener conquistas
materiales, sino para establecer una hegemonía política ideológica de la
izquierda. Eso obliga a plantearse el tema de las reformas políticas y las
cuestiones de la dictadura del proletariado, del partido único, de la clase
obrera como clase dirigente y del carácter ineluctable de la revolución, entre
otros supuestos del marxismo, que en pasado fueron las banderas de lucha de la
izquierda rupturista.
Actualmente,
se ha impuesto el principio de la alternancia en el poder por la vía electoral,
lo cual implica el reconocimiento del pluralismo político/ideológico que,
esencialmente, significa la inexistencia de partido único, la existencia de una
descentralización del Estado, el ejercicio pleno de soberanía (no tutelado por
el gobierno central) en el territorio, municipio y demás formas de división
político-administrativa del Estado; libertad de empresa, no sólo para los
empresarios o el Estado, sino también y principalmente para la libre
sindicalización de los trabajadores. El no reconocimiento de estas cuestiones
básicas para hacer política en el presente conduce a la entronización, y apoyo
de algunos, de satrapías como la de los Ortega.
De
igual modo, apoyar con ideas maniqueas a regímenes reaccionarios que se dicen
socialistas y hasta el de Rusia, que se ha constituido en una base al
financiamiento a grupos y países europeos ultranacionalistas y
xenófobos…también, a algunos pretendidamente socialistas con economías en
bancarrota. Con esos criterios, apoyan la dictadura familiar en Nicaragua,
asumiendo la “verdad” del régimen de que gentes verdaderamente revolucionarias,
de repentes se convirtieron en “agentes pagados de la CIA”. El mayor daño que
causa esta falacia no es a esos combatientes emblemáticos, sino a ese país y a
la izquierda en esta y otras regiones.
En
Chile, ya el candidato de la Alianza Apruebo y Dignidad y del Frente Amplio,
del que forma parte el partido Comunista, Gabriel Boric, ha tenido que hacerle
frente a una impertinente declaración de ese partido, en la cual apoyaba el
proceso y los resultados de la falsa electoral de los Ortega. Dicho candidato
fue enfático en rechazar esa declaración, al tiempo que la nueva generación de
dirigentes de ese partido fue tajante en decir que esa iniciativa no se conoció
oficialmente en el partido y que además la rechazaban resueltamente. Quienes
publicaron la nota tuvieron que borrarla de los medios en que lo hicieron, pero
ya el daño está hecho, pues obliga a Boric a tener que aclarar ese desliz y eso
tiene su costo electoral. Ojalá que no tanto.
En
Brasil, una parte del PT, de Lula, aprobó el despropósito de los Ortega y la
reacción contraria de la otra parte no se hizo esperar. Las razones son
elementales, es política y moralmente inaceptable que se participe en un torneo
electoral, que se exija transparencia e igualdad de oportunidades para
participar en el mismo, al tiempo de apoyar una circunstancia en otro país que
es la negación de lo que exige en el tuyo. No puedes tener credibilidad si tus
intenciones son opacas, nadie asumirá tus propuestas si eres capaz de defender
en otro sitio lo que no eres capaz de ofrecer en el tuyo. Si en otro país
defiendes un régimen negador de derechos elementales, que impone sus opciones y
candidatos a sangre y fuego, se colige que ese modelo lo impondrás en el tuyo.
Esta
cuestión constituye un dilema ético/político que la generalidad de la izquierda
se niega a zanjar. Vencida por la realidad, la casi totalidad de esta corriente
política, de hecho, es reformista, pero sueña con una ruptura violenta del
orden social a sabiendas de que eso no solamente es inconducente en esta época
de extrema complejidad social y tecnológica, sino que no tiene fuerza
suficiente para hacerla. Su actitud ante la tragedia de Nicaragua evidencia la
ambivalencia y la persistencia de la vieja cultura de cierta izquierda, de su
desfase y de su incapacidad de romper con esas ataduras, chapoteando
irresponsablemente en su irrelevancia. Peor, imposible.
Fuente: Nicaragua, peor imposible | Acento
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