Por Rafael Chaljub Mejía
No es verdad que, por naturaleza,
el Estado sea un mal administrador como sostienen los partidarios del
neoliberalismo, ni que por eso está obligado a vender su patrimonio al sector
privado.
La rentabilidad
y la eficiencia de una empresa no están determinadas por el carácter de la
propiedad de la misma, si privada o pública.
El Reservas es
el banco comercial del Estado y habitualmente ha sido y es una institución
rentable, mientras bajo propiedad y administración privada, aquí un banco tan
bien administrado por manos privadas que ofrecía “todas las posibilidades” y
terminó en una quiebra tan desastrosa que en su caída arrastró al país hacia el
abismo. Y no ha sido el único, ni mucho menos.
Esa teoría del
Estado mal administrador, que debe entregarlo todo al empresariado privado, la
impusieron las potencias imperialistas, pero para los países pobres. Por eso me
gustaría saber cuál es el paso de la economía estatal en países tan
desarrollados como Alemania, Francia y Estados Unidos. De seguro que no aplican
la receta que recomiendan a los débiles.
Aquí, por
desgracia, se viene aplicando esa fórmula contra el interés público. El Estado
nacional ha sido sometido a una labor de debilitamiento, enajenado su
patrimonio, desprestigiado como centro superior de autoridad, bombardeado desde
distintos flancos, ha llegado a tal debilidad en que cada vez se le hace más
difícil enfrentar desafíos cotidianos como el de la seguridad ciudadana o el
mero tránsito vehicular en nuestras calles.
En múltiples
ocasiones y aunque después del daño hecho, partidarios y ejecutores del
neoliberalismo, en diversos países, han admitido el fracaso de esa vieja
doctrina.
El presidente
Leonel Fernández propició una ola privatizadora llamada ‘Capitalización de la
Empresa Pública’. Cuando ya habíamos pagado el precio de esa mala experiencia,
el propio Fernández reconoció públicamente que el neoliberalismo era un
fracaso.
Ahora bajo el
presente gobierno el sacrificio del patrimonio público reaparece bajo el título
de ‘Fideicomiso’ y pone en subasta al Central Termoeléctrica de Punta Catalina.
El peso específico del gran empresariado se ha anotado un tanto importante en
su provecho. Un recurso tan cuantioso y en un sector de tanto valor estratégico
será puesto en pública subasta y ya veremos a cuáles manos irá a parar y cuáles
serán las consecuencias.
Mientras yo,
que con frecuencia he escrito para respaldar oportunamente alguna buena obra
del gobierno, lo hago ahora para, con esa misma franqueza, dejar constancia de
mi rotunda discrepancia con semejante transacción.
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