Por Fortune Modeste Valerio
La izquierda y el progresismo no son lo mismo, aunque se parezcan. Su parecido puede llevar a la confusión al más connotado intelectual, aguerrido revolucionario y recio militante. Su visión del mundo es diferente. Sus objetivos estratégicos son tan distantes como del cielo a la tierra. No obstante, coinciden con los planes tácticos y coyunturales.
Esas coincidencias tácticas y coyunturales son las que permiten y explican que vayan juntos en las elecciones para alcanzar el poder en la etapa democrática del capitalismo. Sin embargo, ambos tienen concepciones ideológicas y políticas muy marcadas en la administración de los asuntos estatales y en lo relacionado con las relaciones internacionales. Cuestiones estas que convierten el punto de vista en muy complejo y complicado.
El progresismo se inclina más por la continuidad del capitalismo, mientras que la izquierda impulsa completar la etapa democrática rumbo a la construcción de una nueva sociedad que supere las dificultades económicas, políticas y sociales a las que nos tiene acostumbrado el sistema del capital.
Las
contradicciones que exhiben estas corrientes políticas e ideológicas sobre la etapa democrática y su democracia son diferencias no antagónicas en el trayecto
transitado y por recorrer. El problema reside en el dominio y control que
ejerce el poder de los Estados Unidos en la región, que tiene que «bendecir» a
los gobiernos electos en elecciones transparentes y con el apoyo de la voluntad
popular. De lo contrario, son dictaduras.
Bendición imperial que obliga a arrodillarse a nuestros países, latinoamericanos y caribeños, en lo concerniente a la pérdida de la soberanía, vulneración de la independencia y plegarse a la defensa de los intereses estadounidenses. Es la cuestión fundamental que está en juego. Y los gringos no están en eso de perder espacio e influencias en un escenario que se presenta cada vez más competitivo.
En
este momento, América Latina y el Caribe son testigos de diferencias con rasgos hostiles, muy mal manejadas, entre el progresismo y la izquierda en el poder. La agresividad de los
«debates» profundiza las diferencias y aleja clarificar el conflicto
innecesario. Hay que respetar la autodeterminación de los pueblos al escoger su
camino en la etapa democrática. La
República Bolivariana de Venezuela y la patria de Sandino, Nicaragua, son las piedras de la discordia. Insistir en las críticas contra Cuba es una necedad cómplice.
La peculiaridad de la región conlleva características propias, que distinguen a cada
pueblo en los afanes por insertarse en la etapa democrática y su democracia. Y conducir su destino con una identidad
inherente al curso de su historia.
El
dilema por la democracia capitalista ha permitido identificar tres vertientes
claramente definidas: la burguesa y sus variantes, progresista y de
izquierda. Las diferencias no deben debilitar la fuerza de la ola progresista,
porque serán aplastados, uno por uno, por el poder imperial y una derecha que
no tiene piedad ni contemplaciones.
El
mundo transita una nueva época dominada por el multilateralismo. El imperialismo,
aunque conserva su poderío militar, no es el amo y señor del universo. Su hegemonía se viene resquebrajando, obligado a compartir con otras
potencias económicas y militares, con una visión y comportamiento contrarios a
la voracidad imperial.
El
imperialismo y sus representantes no
están en peligro. Su decadencia y pérdida de espacio en la geopolítica no lo
hace vulnerable a muerte en la región. Pese a recibir contundentes
derrotas electorales por el progresismo y la izquierda, siguen siendo un hueso
duro de roer. Sin perder el norte de que el modelo de democracia
pro estadounidense, anhelado por algunos, no es el camino a seguir. Se conduce por esa vuelta al atolladero y a la claudicación, derrotas tras derrotas.
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