Por: Fortune Modeste Valerio
Los expresidentes Danilo Medina Sánchez y Leonel Fernández Reina, fueron dos caras de la misma moneda corrupta que degeneraron el partido de Juan Bosch. ¡Ironía de la vida! Ahora, los dos, por separados, son representantes de la dignidad y el decoro. Se aliaron, momentáneamente, a los sectores oligárquicos burgueses para mantenerse en el poder y malversar recursos públicos.
Sus aspiraciones presidenciales agrietaron sus relaciones, imponiéndose, en el momento, quien tenía mayor poder económico y político; por su puesto, se impuso el expresidente de la República, Medina Sánchez. Su división contribuyó a su salida del poder.
Frustraron los planes tácticos y estratégicos de ese partido para encausar el país por senderos de un verdadero proceso democrático. Se entregaron en cuerpo y alma a los sectores retrógrados de la oligarquía criolla y a enriquecerse con las dos manos. De nuevo, se frustran los intentos de una transición que nos permitan salir del atraso, subdesarrollo y la dependencia económica y política.
El PRD llega al poder, en el año 2000, con el expresidente Hipólito Mejía. Un gobierno desastroso, donde imperó la incapacidad y el desorden. Creando la oportunidad, por falta de alternativas, del retorno del PLD, con Leonel Fernández como candidato presidencial. Iniciando, de esa manera, la Era maldita del PLD corrupto.
El PRD se divide por la disputa de la candidatura presidencial entre Miguel Vargas Maldonado y el expresidente Hipólito Mejía y Luis Abinader. Se vuelven agrietar las diferencias por el poder y surge un nuevo grupo político, el Partido Revolucionario Moderno, PRM, con Hipólito y Abinader como sus líderes.
La oportunidad para una transición democrática fue traicionada por el PLD, Danilo y Leonel; también por Hipólito Mejía y el PRD. Ahora, le toca, al bate, el turno a Luis Abinader y el PRM. Encabezando un gobierno constituido por sectores importantes de una “burguesía liberal” que tiene, un paño con pasta, que demostrar su apego a la Constitución de la República y respeto a la institucionalidad.
Las clases sociales burguesas se baten por el poder, destacándose la pequeña burguesía en sus capas altas y medias. Los proyectos progresistas y democráticos se ven acorralados por el interés de ganar la confianza y respaldo del sector oligárquico burgués. Y seguir los dictámenes del imperialismo norteamericano.
Un cambio de gobierno no significa el inicio del proceso de transición democrática; se requiere de una clase social con conciencia de clase y política. Que no use el poder para vulnerar la Carta Magna y servirse con la cuchara grande.
Las ataduras al poder imperial impide el establecimiento de
un régimen democrático que garantice la institucionalidad, lucha contra la
corrupción y la impunidad y el desarrollo económico. Es necesario garantizar
los derechos fundamentales del ciudadano y la independencia de sus
instituciones. Las fuerzas productivas no deben estar supeditadas al interés
del poder extranjero, pero tampoco a las ansias desmedidas de un sector
insaciable de la burguesía.
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