Por Matias Bosch Carcuro
Se estuvo trabajando por años, finalmente se promulgó en
febrero, y ahora vendrá su puesta en práctica. Todos y todas debemos leer la
Ley No. 47-20 de Alianzas Público-Privadas y su reglamento. No es palabra que
bajó del cielo.
El artículo 4 de Definiciones es decidor, cuando señala que las
alianzas público-privadas son “el mecanismo por el cual agentes públicos y
privados suscriben voluntariamente un contrato de largo plazo (…) para la
provisión, gestión u operación de bienes o servicios de interés social”, a los
cuales define como “cualquier obra o activo cuyo uso permite satisfacer
necesidades de interés colectivo, incluyendo los bienes públicos”.
También puntualiza que su beneficio financiero será “las
utilidades netas derivadas en favor de los agentes suscriptores del contrato” y
que pueden durar hasta 40 años, es decir, para cuando sean adultos los nietos
de quienes las obtengan.
Estemos claros: esta ley no es para complementar ni mejorar la
que ya regula las compras, contrataciones y concesiones del Estado. Aquí se va
por más y la Autopista del Nordeste será un cuento de niños comparado con lo
que puede venir. De hecho, lo referente a concesiones queda sustituido con la
nueva norma.
La gracia de esta ley es que habilita legalmente que aquellos
bienes y servicios que harían posible (bien o mal) el acceso y disfrute de
derechos fundamentales, y que por su naturaleza son bienes de primera necesidad
sin sustitutos ni competencia, o no accesibles a precios de agentes privados,
sean gestionados como negocio y fuente de ganancia.
Y encima pone al Estado a ocuparse de que así sea, incluso si no
lo tiene proyectado; basta que una empresa lo ponga en la mira y el proceso
arranca. El famoso “Estado social y democrático de Derecho” se despoja de su
rol principal, para convertirse en gerente de un mercado.
Es llevar a todas las áreas la lógica del Sistema de Seguridad
Social, en que derechos humanos como la salud y las pensiones se han entregado
a empresas nacionales y extranjeras cuya naturaleza es hacer negocio. La
ciudadanía –en su mayoría despojada y empobrecida- queda convertida en
clientela forzosa de estas empresas.
Si un emprendedor cualquiera tiene que fajarse y competir para
mantenerse y ganar, esta ley garantiza (a unos pocos con muchos recursos) el
monopolio de bienes y servicios esenciales, y su ingreso y ganancia estarán
garantizados porque la población depende de ellas. ¿Qué racionalidad económica
es esa?
Las asociaciones empresariales usan entonces la excusa de
invertir en “necesidades” para negarse a avances en justicia fiscal y a que el
Estado recaude lo que necesitamos. Muchas veces los “inversionistas” terminan
subsidiados por la sociedad y todo lo verdaderamente grave que se vería mal
escrito en la Ley queda para los “estudios” y los contratos. ¿Cuántos leeremos
esos documentos en los cuales no tendremos ninguna participación?
Podrá argumentarse que esto no significa privatizar, apelando a
una definición restringida de la privatización, propia de los ochenta y
noventa, cuando se traspasaba la titularidad de la propiedad.
España, Chile, Puerto Rico, son casos emblemáticos de cómo la
privatización ocurre bajo la consigna de “alianzas”, pues en la práctica la
operación y acceso al bien o servicio ya no estará en manos públicas y
responderá al “beneficio financiero” de empresas, inclusive de inversionistas
extranjeros.
Por ahí se van hospitales, escuelas, carreteras, transporte
público, vivienda social, agua, energía, todo.
Tal vez haya sido un error, un exabrupto o imprudencia de quien
lo dijo, pero lo hizo: las actividades de OPRET (entiéndase Metro y Teleférico)
y OMSA están en la lista. Lo mismo se explicó pausadamente en televisión sobre
el acueducto del Este.
De hecho, fue con la urgencia de facilitar las APP que se
explicó la modificación exprés de las normas para designar al director de
INAPA.
Dice una fábula que el alacrán le pidió al maco que lo ayudara a
cruzar un charco subido en su espalda.
El maco se negaba porque temía a ser picado por el alacrán, pero
este le prometió que no lo haría y el maco le hizo el favor. Cuando llegaron a
la orilla, el maco sintió el pinchazo venenoso y le reclamó: “¡Pero tú me
dijiste que no lo harías!”, a lo que el alacrán simplemente contestó: “Lo
lamento, es mi naturaleza”.
Podrá decirse que son locuras o que habrá la máxima
transparencia, pero la naturaleza de las “alianzas” público-privadas es la que
es y ya puede verse a los interesados, incluyendo bancos y AFP, juntándose para
ver cómo repartir un bizcocho llamado República Dominicana.
Fuente: https://hoy.com.do/no-es-locura-es-su-naturaleza/
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