La escasez de actividades productivas acelera el deterioro institucional de la izquierda. Lo que se ve agravado por los resultados electorales en las municipales, congresuales y presidenciales. Los dos ingredientes tienen efectos negativos en la continuidad de vida de la única opción política saludable que le queda a la población. La unidad hizo falta. Los que se ausentaron del certamen, de ir separados, correrían igual suerte.
Al inferir en la actividad productiva, me refiero a aquel esfuerzo físico e intelectual que produce resultados satisfactorios, productivos y en crecimiento. No al que se realiza para estar cansados, provocando frustraciones, desengaños y un estado emocional improductivo. Insistir en ese camino recurrente conduce inevitablemente al debilitamiento presencial y pérdida de las expectativas transformadoras de la sociedad, evitando, de esa manera, la profundización del proceso democrático.
Integrarse al proceso democrático no significa, de ninguna manera, hacerle coro al gobierno para conseguir o conservar cargos públicos y otros privilegios. Me refiero a tomar las calles, los medios de comunicación, las cámaras legislativas, salas municipales, instituciones estatales y cualquier espacio donde se discutan políticas públicas para dejar oír los reclamos de la población y los trabajadores. Sin embargo, no hay mejor escenario que las calles para empujar las necesidades, sus soluciones, más sentidas de la gente.
En
los debates nacionales y locales, las posiciones de la izquierda, si es mucho
mejor en conjunto, no deben faltar en cualquier escenario. No participar en dichos
eventos implica la continuidad de los errores graves del pasado. El desarrollo
alternativo, político y electoral se realiza con “el trabajo constante y
consciente de cada uno de nosotros”. Es posible asaltar los
cielos. Es cuestión de atreverse y emplearse a fondo. Teniendo en cuenta que
“el cielo no se toma por consenso, sino
por asalto”.
La izquierda y el progresismo están siendo impactados por un despiadado bombardeo ideológico y político, por el grupo social dominante y por las debilidades intrínsecas de un sector de clase, desubicado en espacio y tiempo, que las dirige. Ante las precariedades institucionales y teóricas, no les queda de otra en reflexionar sus andanzas pasadas y corregir el entuerto.
Creo en la izquierda revolucionaria, no en la burra. Aquella que tropieza y sigue como si nada. No somos locos. En los nuevos tiempos, el ejercicio político se realiza sobre la base de la planificación, previo estudio, sin inventos de la realidad, con una estructura organizativa, eficaz y efectiva, y una correcta dirección. Si estos principios elementales de organización son sustituidos por la improvisación, mediocridad y el comercio en la política, se cae en una trampa mortal, perdiendo el horizonte para morir en la orilla.
El desgaste lento de la izquierda es evidente, aunque la lucha popular y ambiental les proporcionan oxígeno. El cacareado progresismo no termina de cuajar, saltando como pulga sedienta de sangre, buscando acomodarse en el sistema. Los procesos electorales dejan una resaca pasajera que conduce a una reflexión obligatoria. ¿Cuál es el peligro? A continuar sin importar lo ocurrido, recordando la publicidad del whisky aquel: ¡Y sigue tan campante! Comportamiento repetitivo cada vez que un acontecimiento lo desnuda en medio de la calle. Si no se toman las correcciones de lugar, la profundización del aislamiento y la dispersión no los detiene nadie, por más aguaje que hagan.
La izquierda debe tomar en cuenta con seriedad el tramo histórico en que la sociedad transita para evitar confundir el camino y los objetivos a alcanzar. Sin duda, el progresismo desempeña un papel conveniente, siempre y cuando rechace, sin imitar, el comportamiento politiquero e irritante de los políticos corruptos, rechazados por la población. La etapa democrática tiene que continuar a la luz de la nueva democracia, que rechaza a los que tienen tiempos enriqueciéndose y multiplicando sus capitales en su paso por el poder político.
La unidad de la izquierda sigue siendo el elemento fundamental para avanzar. A pesar de que se ha demostrado que ella le huye como el diablo a la cruz. Su presencia es requerida en el proceso democrático para impedir sus distorsiones y participar en las grandes jornadas de protestas que se avecinan. La unidad de acción, programa reivindicativo, es la clave que debe crearse y no dejarla caer. Garantiza homogeneidad, coherencia y llegar a la población con un discurso y consignas ajustadas a la realidad.
Por
último, en democracia, la lucha tiene su límite. Hay que aprovecharla con
razón, ventaja y sin sobrepasarse. La gente y su movilización cívica son el
combustible que mueve el motor de la historia. Es inadecuado ausentarse o
boicotear con posiciones tremendistas las convocatorias conjuntas de la
población organizada, que se prepara para resistir las embestidas oficialistas
y detener la vulneración de las conquistas democráticas con intenciones
autoritarias del presidente Abinader y el PRM.