Por Narciso Isa Conde
El verdadero desarrollo no es simplemente un buen porcentaje de crecimiento de la economía, ni un número alto del PBI, ni un presupuesto nacional elevado, ni alta tecnología y productividad al servicio del capital. No es asunto de torres a granel, yipetas, autovías, túneles, resorts, bancos, centros comerciales, McDonald, celulares, televisiones…
Mucho menos mercadología política y cifras maquilladas. Tampoco puede hablarse de desarrollo a tiro de doce años, cuando se recurre a una maquinaria asistencialista que evidencia una enorme miseria e indecentes encubrimientos de hambre, subalimentación y “sub-desarrollo”
El desarrollo hay que referir fundamentalmente a la dignificación del ser humano, al estado del ambiente en que habita, a la radical reducción de desigualdades y enfermedades, superación de la ignorancia y oferta optima de salud y educación, sin convertirlas en mercancías. Al bienestar colectivo, a la relación armónica ser humano-naturaleza, eliminación de la exclusión social, explotación y violencias de minorías dominantes contra los demás seres humanos.
Desarrollo es más propiedad social, viviendas dignas, investigación científica al servicio de la sociedad. Es diversión saludable, transporte ordenado y confortable. Implica erradicar una alimentación baja de nutrientes y cargada de tóxicos. Superar discriminación racista, patriarcado, xenofobia, homofobia, adulto-centrismo, desempleo y subempleo. “Desarrollo”, sin desarrollo humano, no es tal.
Lejos incluso están de esa gran meta no pocos de los llamados países desarrollados, y entre ellos los hay estremecidos por crisis sistémicas y ambientales que los arrastran a peligrosos retrocesos sociales y ambientales. ¡Ay! España, EU, Francia y otros.
Las distancias de nuestro país respecto a esos parámetros son enormes y siguen trabadas por una crisis múltiple de un sistema centrado en la expansión y las ganancias del capital y no en las necesidades humanas y ecológicas.
Hay otros factores que empobrecen constantemente e incrementan penurias y sufrimientos masivos, generalmente obviados a la hora de clasificar desigualdades, medir la pobreza y evaluar el desarrollo; tales como la escasez de agua, la ignorancia, desagües pluviales catastrófico, hábitat peligroso, contaminaciones, epidemias, estado delincuente, narco-economía, inseguridad y ausencia de democracia real.
Aquí no hay democracia económica ni social…ni en el régimen de propiedad para producir y vivir, ni en los ingresos percibidos, ni en el acceso al consumo, ni en las condiciones de existencia, ni en el ejercicio de la política…
Hay desigualdad brutal en todo: en materia de derechos, alimentación, viviendas, transporte, diversión, servicio salud, escuela, ambiente… En fin, un sistema de vida abismalmente desigual …en el que predomina la antidemocracia en lo político, económico, social y cultural.