Por Freddy González
«Me avergoncé de mí mismo cuando me di cuenta que la vida era una fiesta de disfraces; y yo asistía con mi rostro real». Franz Kafka
Desgraciadamente esa es la amarga realidad que vive nuestra sociedad en todos sus estamentos fundamentalmente el político.
Hemos involucionado, los principios éticos y morales han sido tirado por la borda.
Todo es simulación y poses, discursos altisonantes que buscaban esconder la verdadera naturaleza retorcida de muchos de nuestros principales actores.
La lealtad, el sacrificio y el esfuerzo poco valen.
Todo es falso, los discursos son obras teatrales bien ensayadas, para embaucar a los tontos y los incautos que por necesidad asisten al espectáculo.
Sus prácticas distan mucho de sus predicas, existiendo un verdadero divorcio entre lo que dicen y lo que hacen. Son encantadores de serpientes; un espectáculo engañoso que está extinguiendo las propias serpientes a las que previamente se le extrae el veneno.
Los áulicos, los corifeos, aduladores, lisonjeros, turifarios, zalameros, cortesanos, payasos y demás especímenes de la misma calaña, reinan en ese mundo de mentira y falsedad.
Como no hay principio, la política la hemos degradado al clientelismo a su máxima expresión, los partidos dejaron de tener líderes para tener dueños individuales o corporaciones, y el “que hay pa’ mi” y “lo mío alante” ya es una cultura por el incumplimiento y la falsedad de nuestra clase política.
En este mundo de careta y disfraces existe una para cada ocasión y circunstancia, lo fundamental es simular y esconder la verdadera esencia del que se disfraza.
Definitivamente vamos mal y el sistema de partido tiene profundas grietas que amenazan con hacerlo sucumbir, en detrimento de la propia democracia.
Una frase que refleja la realidad que vivimos nos la describe Eduardo Galeano: «Vivimos en un mundo donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase que desprecia el contenido”
Vamos mal. Estamos jodidos.