Por Lilliam Oviedo
El país en proceso de eliminar la desigualdad social que describió en la sede del Congreso el presidente Luis Abinader y el país en el cual la Policía detiene y golpea a quienes violan un toque de queda impuesto por un gobierno que solo disfraza el abandono, no tienen similitud.
En su protocolar rendición de cuentas ante la Asamblea Nacional, el presidente Luis Abinader dijo también que ha cesado la impunidad del delito de Estado. No han sido procesados, sin embargo, los funcionarios que utilizan el dinero del Estado para pagar favores politiqueros y para cobrarlos incluso. (José Francisco Peña Guaba, Roberto Fulcar y el director de la Policía, por ejemplo). Además, hay que decir que están siendo procesados algunos parientes y colaboradores del expresidente Danilo Medina, pero el propio exmandatario no ha sido tocado.
No es lo mismo nombrar una figura independiente y de limpia trayectoria (Miriam Germán) en la Procuraduría General de la República que dotar de independencia al Ministerio Público. Lo primero, se realiza mediante un decreto, revocable por demás. Para lograr lo segundo, hay que enfrentar a la clase dominante.
De la clase dominante, Abinader no es simple colaborador o aliado favorecido, es un miembro.
Los expresidentes Leonel Fernández e Hipólito Mejía encabezaron gobiernos corruptos, abusadores y entreguistas, y no se les ha exigido rendir cuentas de sus hechos y de las acciones de sus colaboradores.
Abinader habla de cambio, pero no impulsa el cambio. Por el contrario, intenta prolongar los privilegios de los dueños del capital y de las grandes fortunas, y, en la actual coyuntura, coordina la vuelta a la situación en la cual esos privilegios se han impuesto y multiplicado.
DEMAGOGO E INDOLENTE
¿Cambió de actitud en materia de política exterior y ha renunciado al entreguismo? En modo alguno.
Como empresario y como miembro de la clase dominante, intenta, junto a sus pares, promover la afluencia de turistas y buscar destino a las grandes instalaciones hoteleras; reanudar el uso rentable de las instalaciones de los centros privados de educación (aunque muchas escuelas sigan careciendo hasta de agua) y reorientar, de acuerdo con las nuevas circunstancias, el accionar de la fuerza de trabajo y la utilización de los demás factores de la economía.
Eso explica la búsqueda de las vacunas en cualquier lugar y los pronunciamientos contra el acaparamiento (sin ser preciso al acusar, que conste).
De esa gestión depende su futuro político. En los centros de poder imperialista no será aceptado un servidor incapaz de coordinar este proceso, porque sin el retorno a la vieja normalidad excluyente y clasista el proyecto de clase estaría condenado al naufragio.
Por eso, el reciente discurso presidencial hay que interpretarlo entre líneas. La meta de retorno a la normalidad ha sido fijada a interés de la clase dominante, y en los proyectos económicos y sociales enunciados (limosna para los excluidos y políticas para abrir nuevos caminos a los privilegiados) se encuentra el mentís al discurso de inclusión.
La sensibilidad fingida es demagogia de la peor especie.
Y hay que decir que no siempre la indolencia y el clasismo son bien disimulados. En declaraciones a la prensa internacional a finales del año pasado, Abinader habló de vacunar a los dominicanos y no a quienes residen ilegalmente en el país. En su primera rendición de cuentas ante la Asamblea Nacional, habló de emprender un proceso de “dominicanización de la fuerza de trabajo”. ¡Vaya muestra de discurso trujillista casi 60 años después de la muerte de Trujillo!
El avance político, para aplicar políticas públicas contra la desigualdad y la exclusión, se logrará mediante la lucha y la organización de las mayorías contra la clase dominante. Un gobierno encabezado por millonarios y por viejos y nuevos beneficiarios de la corrupción, jamás impulsará el cambio. La basura política hay que identificarla y ponerla en su lugar...
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