Por Luis Carvajal Núñez
El futuro y el presente del país se están convirtiendo en humo, cenizas, hambre y sed.
No, no es una lúgubre metáfora para sumar dramatismo a alguna obra literaria. Es la realidad que sufre el Parque Nacional Francisco Alberto Caamaño con cerca de mil hornos activos para fabricar carbón y la extracción continua de madera de guayacán y de otros árboles. Ese horrendo crimen se repite en la mayoría de los bosques dominicanos.
Agua, producción agrícola, balance climático, biodiversidad, turismo ecológico, desarrollo sostenible, seguridad ante eventos extraordinarios, resiliencia social y ambiental son palabras que suenan muy bien en los discursos y documentos oficiales, aunque en los territorios lo que ocurre demandaría usar sus antónimos.
Avanzamos de manera sostenida y “sostenible” hacia el desastre definitivo.
Lo saben las autoridades del Ministerio Ambiente, lo saben los comandantes del SENPA (Policía Ambiental), lo saben los gobernadores provinciales, los alcaldes y los vendedores de rifa de aguante y los motoconchistas y los jugadores de dominó y los que ven novelas turcas y los que están atentos a las tiraderas de los artistas urbanos.
¿Las autoridades? Bien, muy ocupados en alianzas público-privadas, en fideicomisos y en comunicar lo mucho que hemos cambiado, aunque todo siga igual.
¿CUMPLIR Y HACER CUMPLIR LA LEY? ¿Afectar a los poderes fácticos, a conmilitones propios y adversos, a quienes alimentan o de quienes se alimenta el sistema de partidos, a financistas pasados, actuales o potenciales, a futuros votantes?
El entierro continúa. No olvidemos que el cadáver en el féretro somos nosotros, todos nosotros sin excepción alguna.
¡Cuánta razón tuvo el poeta nacional Pedro Mir: “Este es un país que no merece el nombre de país, sino de tumba, féretro, hueco o sepultura”!
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