Por Fortune Modeste Valerio
En sociedades divididas en clases sociales, la corrupción y la impunidad tienen un sello de clase. Una moneda de dos caras que impulsa el establecimiento de una sociedad que fundamenta su existencia en la propiedad privada de los medios de producción.
En el capitalismo, la producción de bienes y servicios originan un poder avasallador que trasciende los límites de las relaciones productivas para incursionar en el ámbito político e imponer regímenes que defiendan sus intereses, impongan reglas del juego de clase.
La democracia representativa es su sistema de gobierno para imponer las reglas del juego. Las mismas tienen su efectividad dependiendo del desarrollo de su clase gobernante. En ausencia de ella, el desorden es generalizado, proliferando una corrupción e impunidad pública y privada que atenta contra los recursos del Estado.
La corrupción y la impunidad se destacan en estos tiempos, cuando se refieren a la administración, en el gobierno, de recursos públicos, soslayando aquellas que se producen en las relaciones sociales de producción. Y es que desde el poder estatal se puede acumular riquezas y capitales que fortalecen al capitalismo.
El sistema capitalista es un monstruo de corrupción e impunidad. No se conforma con la explotación del trabajo asalariado, el usufructo de recursos públicos; también su área financiera se encarga, entre otras cosas, de estafar a la población, a los trabajadores, en las actividades bancarias y en la administración de sus fondos de pensiones. Y lo más importante, enganchar a los países para incrementar su deuda externa.
Cuando se trata de obtener beneficios, el capitalismo no tiene hiel, ni dolientes; le mete el cuchillo a cualquiera. Su naturaleza es esa, beneficiarse del trabajo ajeno. Si no lo puede conseguir por las buenas, lo hace por las malas, en cualquier circunstancia.
Hasta ahí, no llegan las cosas. Tiene un sistema ideológico y político para acondicionar el pensamiento y accionar de los seres humanos, que acepte como bueno y valido el orden imperante. Una estructura, de clase, explotadora que mantiene en la miseria y pobreza a más del 1,300 millones de la población mundial; y pone en peligro la existencia de la humanidad.
La naturaleza, esencia, del capitalismo es la corrupción. Solo el cambio de sociedad garantiza sepultar para siempre las actividades corruptas, y, por supuesto, su hermana, la impunidad, de padre y madre, que le permite andar libremente, como perro por su casa.
Los verdaderos revolucionarios tienen como objetivo
estratégico cambiar la sociedad capitalista por una más justa, humana,
solidaria; donde no exista la explotación del hombre por el hombre. Por
consiguiente, todos los esfuerzos estarán destinados a sujetar el acciona a la realidad objetiva
que permita avanzar hacia coronar la meta suprema.
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