Por: Francis Santana
En los últimos años, el movimiento revolucionario ha perdido a un grupo selecto de sus mejores combatientes.
Se nos fue Ramón Almánzar, el más destacado dirigente popular de la última década del pasado siglo.
Anteriormente había partido Aniana Vargas, una mujer extraordinaria de la guerra patria de abril de 1965 y la bandera más alta en la lucha en defensa de nuestros recursos naturales.
La muerte nos arrancó a Jesús Adón, uno de los más sólidos dirigentes de todas las luchas del pueblo durante las últimas décadas.
Se marchó para siempre Tancredo Vargas de San Francisco de Macorís, un revolucionario de acero e internacionalista.
Tuvimos que decirle un último adiós a Félix Tejeda un revolucionario integral, caamañista y de sólidos principios.
Se marcharon hacia la eternidad los indoblegables luchadores, Heriberto Encarnación y Plácido Alcántara (el cámara Chirrín) de San José de Ocoa; combatientes entregados a su pueblo de manera incondicional.
Despedimos consternados al máximo dirigente y líder del Movimiento Popular Dominicano -MPD- camarada Brígido Peguero, un ejemplo de revolucionario en todos los sentidos.
Se nos marchó Manito, ese símbolo inmaculado de la resistencia verde.
También tuvimos que ver partir en medio de la impotencia, a Andrés Quezada, todo un ejemplo de entusiasmo revolucionario.
Perdimos a Roberto Sánchez, un cualificado profesional defensor militante de la naturaleza y de la revolución.
Se marchó hacia otras galaxias, Félix Méndez, periodista de una ética y de una moral acrisoladas.
Y muy recientemente tuvimos que acompañar a su última morada al Padre Moncho, un cristiano auténtico, un sacerdote comprometido con la causa liberadora de nuestro pueblo y luchador incansable al lado de los humildes durante toda su existencia.
Hemos visto partir en los últimos años a decenas de otros/as revolucionarios/as en todo el país, que lo dieron todo por su patria y por su pueblo, caminando cada día y cada noche del lado de los explotados.
Tantas heridas, tantas lágrimas y sufrimientos reiterados, nos sacuden, nos estremecen; pero a la vez nos desafían a levantarnos y a continuar con mucho más entereza por los senderos que ellos y ellas nos enseñaron.
¡No los defraudemos!
Transformemos el dolor en infinitas fortalezas y atrevámonos a rendirles el más elevado homenaje a nuestros hermanos y hermanas de mil batallas en las trincheras de la dignidad; UNIÉNDONOS, ABRAZÁNDONOS Y ATREVIÉNDONOS A HACER LA REVOLUCION junto al heroico pueblo dominicano.
Que el dolor no nos amilane, ni disminuya nuestra irreversible voluntad revolucionaria, hasta la victoria y hasta la muerte.
Es lacerante reconocer que sin ellos y sin ellas, ya nada es igual, pero continuaremos hacia adelante, seguros de que podemos vencer...Y venceremos.
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