Por: Anulfo Mateo Pérez
Desde el ámbito de la salud mental, las emergencias y los desastres naturales implican una perturbación psicosocial que sobrepasa la capacidad de manejo o abordaje de la población, en lo individual, familiar y social de las víctimas, provocando ansiedad, miedo, tristeza, insomnio, frustración, malhumor o pánico.
El cuadro clínico se acompaña de cambios en el funcionamiento físico, como palpitaciones, tensión muscular, temblores, sensación de “vacío en el estómago”, opresión precordial, entre otras molestias somáticas.
Estas reacciones podrían ser transitorias o mucho más permanentes, que actúan como mecanismos de defensa que alertan y preparan para enfrentarse a situaciones traumáticas, que podrían lograr estabilidad.
Prepara a los afectados para la tolerancia a la frustración y la esperanza de superación de dificultades, pero si no logran capacidad para la adaptación, entonces generan crisis, rompiendo el equilibrio.
Esto puede suceder en situaciones de amenazas extremas, que vulneran las defensas de manera brusca, como ocurre ahora con la pandemia por Covid-19.
No se debe esperar perder el equilibrio emocional. Buscar ayuda es inaplazable. Es de primer orden acceder a los especialistas en salud mental, y estos podrán ayudar a restablecer la salud y evitar complicaciones en el orden biopsicosocial.
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