lunes, 9 de mayo de 2022

Bosch y Balaguer: el arte de esperar

Por Farid Kury

Joaquín Balaguer y Juan Bosch

En noviembre de 1937, a través de Mario Fermín Cabral, el dictador Rafael Leónidas Trujillo le comunicó a Juan Bosch su decisión de nombrarlo Diputado al Congreso Nacional. Para Juan Bosch, esa era una noticia desagradable y perturbadora. Desagradable, porque no quería ser parte de una dictadura, amén de que no tenía inclinaciones por la política. Lo mejor de su imaginación favorecía la literatura y no la política. Y perturbadora, porque si rechazaba la oferta podía ser calificado como desafecto del régimen y costarle la vida.

Pero actuó con cautela. No le dijo a Mario su pensamiento. Y días después envió una carta al Jefe en la que solicitaba un permiso para llevar a su esposa Isabel García a Puerto Rico para ser tratada de problemas de salud. El Jefe, que no era fácil de engañar, autorizó su salida. Bosch no perdió tiempo. En enero de 1938 pisó tierra borinqueña, para iniciar un largo autoexilio de 24 años. Solo dos amigos sabían que no volvería: Virgilio Díaz Ordoñez y Emilio Rodríguez Demorizi. Debió tenerles mucha confianza para comunicarle tan comprometedor secreto, que guardaron muy bien.

En Puerto Rico busca trabajo y lo encuentra en la biblioteca Carnegie, donde se le encarga la recopilación de las obras del maestro antillano Eugenio María de Hostos y prepararlas para ser publicadas con motivo del centenario de su nacimiento. Pero un día llegó a la Isla del Encanto Enrique Cotubanamá Henríquez, Cutú, y le propuso fundar un partido que debía llamarse Partido Revolucionario Dominicano, como el Partido Revolucionario Cubano, que fundara el Apóstol José Martí. Su respuesta fue que él no era el más indicado, y recomendó para esa tarea al intelectual Juan Isidro Jimenes Grullón.

Pero en enero de 1939 es enviado a Cuba, como parte del trabajo de la publicación de las obras de Hostos, donde se ve metido en un ambiente político de muchos ajetreos, y ante la insistencia de Cotubanamá, acepta iniciar los trabajos para la fundación del partido propuesto.

Resulta que cuatro meses después de su llegada a Cuba, mayo de 1939, llega a Cuba otro dominicano, que en el devenir de los años sería una figura decisiva de la política dominicana hasta el último segundo de su vida. Se trataba del doctor Joaquín Balaguer, que era diputado designado por Trujillo, es decir, justo el cargo que Bosch no aceptó. Y llegaba a Cuba como miembro de la comisión oficial del gobierno dominicano, para asistir a los actos conmemorativos del centenario del poeta José María Heredia.

Al saber de su presencia en la Habana, Juan Bosch quiso reunirse con él. Quería atraerlo a la causa política en la que ya estaba metido. Ambos eran intelectuales sólidos, pero con ideas políticas bien definidas en direcciones opuestas. Uno, Balaguer, al servicio de Trujillo, y el otro, Bosch, contrario a Trujillo. Aun así, conociendo la capacidad de Balaguer y su importancia busca atraerlo.

Se juntan, y Bosch le pide, que dado que ya es una figura prominente del régimen y dado su nivel intelectual, que aprovechara su estadía en Cuba para quedarse en el exilio y encabezar la lucha contra Trujillo.

La respuesta del doctor fue más o menos así: “Mira Juan, la forma más segura de comerse un mango es quedarse sentado debajo de la mata a esperar que se madure y caiga”.

Si Balaguer era o no trujillista de corazón es difícil determinarlo, y tampoco es lo importante. Siempre se ha dicho que Balaguer solo fue balaguerista. Pero es el caso que Trujillo y Balaguer se habían conocido en la campaña electoral de 1930, en la que siendo Trujillo candidato presidencial, Balaguer se convirtió, junto a Rafael Estrella Ureña, en los principales oradores.

Ya en el gobierno, Trujillo no dejó nunca de tomarlo en cuenta y de tratarlo con respeto. Trujillo reconocía su talento y siempre quiso tenerlo cerca, al principio en posiciones de poca relevancia, pero luego, con el paso del tiempo y viendo su lealtad, en posiciones sí de mucha relevancia. Al final de la Era incluso sería llevado en 1957 como vicepresidente del presidente Héctor Trujillo, y al éste verse forzado a renunciar en agosto de 1960, quedó como Presidente de la República.

Por lo tanto, la propuesta de Bosch debió parecerle sin sentido y propia de una persona sin experiencia política. Y cierto, Bosch estaba dando sus primeros balbuceos en ese difícil mundo de la política. Era un novato, y solo con los años llegaría a ser un político hecho y derecho, un maestro de la política dominicana, aunque nunca sacrificó ni un chin de sus principios en aras de conseguir un objetivo político. Balaguer, en cambio, ya era un curtido del oficio. Había pronunciado, siendo muy joven, discursos contra la ocupación norteamericana, en su etapa final, y llevaba nueve años en las intrigas palaciegas de la política trujillista, en la que había que ser un fino malabarista para sobrevivir, como él sobrevivió. Pero además, había leído demasiado sobre política y los políticos, sobre el Estado, los reyes, emperadores, y faraones. No era una figura de primer orden, pero era un veterano de la política, y un veterano inteligente, que nunca se dio el lujo de dar ni un paso en falso.

El hombre sabía que ese no era el paso que debía dar, que ese era un paso quijotesco y peligroso. Sabía que debía transitar dentro de la dictadura y esperar. Estar debajo de la mata a la hora de caerse el mango. Y efectivamente, cuando el mango goteó estaba, no se sabe si debajo de la mata o arriba de ella. Pero estaba ahí, y a él, no a un Trujillo, le tocó heredar el trujillismo sin Trujillo.

Aunque para eso tuvo que esperar treinta y un años.


Fuente: Bosch y Balaguer: el arte de esperar – El Correo


Farid Kury