martes, 4 de julio de 2023

Las viejas antiguadas

Por Julio Disla 

 

Alfonso Sartre era un debelador implacable del sectarismo dogmático que cubría de calumnias infames a sus críticos y prefería descalificarlos moralmente antes que responder a sus razones con razones; pero fue un extraordinario dramaturgo. Le gustaba decir cuando leía o veía las ideologías burguesas disfrazadas de novedad, que eran “nuevas antiguallas”.


Frente a la realidad de que se agotó su capacidad de general ideas nuevas ante los retos civilizatorios a los que nos enfrentamos hoy, el instrumento ideológico de reciclar ideas viejas como novedad, se usa una y otra vez, al tiempo que se acusa de retrógrado lo que se le opone.


La idea es muy vieja. Cuando cayó el muro de Berlín y con él la sombra enferma de lo que se definía como “socialismo soviético” se usó con éxito para pintar de reaccionario y dogmático lo que se oponía a la restauración capitalista. A la vez, el neoliberalismo era pregonado como lo “revolucionario”.


Es un malabarismo bien diseñado, la propiedad privada sobre los medios de producción, que ha signado la historia de la humanidad desde la Edad de Bronce, se presentó como novedad y avance, contra la evidencia histórica de su fracaso sistemático en las distintas formaciones socioeconómicas y su reinvención en la próxima, hasta llegar a su agotamiento en las actuales circunstancias de un capitalismo incapaz de salir de su propia crisis y arrastrar a la humanidad, por primera vez para un sistema concreto, a la posibilidad real de extinción.


Si queremos ver una demostración concreta de su incapacidad de hallar salidas, más allá de las visibles consecuencias ecológicas y sociales de su orden de cosas, solo observemos, en los últimos 30 años, el continuo escape desenfrenado, en la apariencia hacia adelante, de sus soluciones tecnocientíficas.


Contrario a etapas previas de ese mismo orden capitalista, laciencia y la tecnología, quizá por primera vez de manera tan abrumadora, se ha convertido en parte del problema y no lo suficiente de las soluciones. Y no se trata de la ciencia y la tecnología en sí, sino del marco socioenomico donde se desenvuelve.


En esta oligofrenia absurda, la aceleración forzada de las rupturas tecnológicas se da en avalancha continua, como si lo critico se hubiera organizado para sostenerse en un estado permanente de angustia cultural.


Dice el famoso intelectual Frances Jacques Attali, en una carta editorializada en Acento:” que si la clave para el buen uso de esta tecnología, como las anteriores, es comprobar en cada caso si se pone al servicio de la economía de la muerte, o de la economía de la vida, y más en general de la vida”. Una IA que solo ayudaría a extraer más carbón y petróleo, a diseñar drogas, alimentos y juegos más adictivos, claramente serviría a la economía de la muerte. (Acento,28/06/2023.


Revolución nanotecnológica, de las neurociencias, de lainteligencia artificial, de la computación cuántica…vivimos para sorprendernos, ya casi diariamente, de aparentes revoluciones tecnocientíficas consecutivas. Y no se da respiro para asimilar culturalmente los cambios que provocan en el tejido social. Como si no importara.


En el camino, las ciencias sociales que no se monten como sostén de esa locura, se desechan por atrasadas y acusadas de ser incapaces de “mantener el ritmo” y dar respuestas a las mismas preguntas existenciales de siempre, pero que el sistema genera bajo nuevos disfraces.


Las nuevas antiguadas quieren vendernos la idea de que las ciencias sociales ya no son necesarias a la civilización porque en realidad, aquellas que no logran instrumentalizar no les son necesarias a la burguesía.


Pero la sociedad pasa la cuenta más allá de la voluntad de algunos. Las artes y la cultura, en su función de alerta temprana, aún si necesariamente deformada, lo vienen reflejando ya desde hace mucho tiempo con sus visiones apocalípticas, donde la tecnociencia se presenta como causante de las catástrofes y no como superadora de las mismas. Esa visión prepondera en la ciencia ficción mas seria. Aunque no se trata solo de allí.


Como fenómeno social, el escepticismo científico invade a la sociedad y galopa rampante en muchas praderas. Nos sorprendemos con la emergencia de los que creen que la Tierra es plana, y que existe una conspiración mundial, sostenida en el “engaño” de las ciencias, y de paso, involucrando a cientos de miles de conspiradores para hacernos creer que la Tierra es un esferoide.


Nos sorprende, más aún, que ese segmento que cree tamaño disparate crezca en vez de disminuir. Nos sorprende que haya miles de personas que crean que las vacunas no funcionan, yque, en su peor de los casos, que es otra conspiración mundial, sostenida en el “engaño” de las ciencias para robotizarnos y controlarnos mentalmente a través de un chip.


Se apela a supuesta sabidurías universales antiguas, mientras más exóticas mejor vendidas, que solo eran reflejo de las carencias cognitivas de sus épocas y hoy son rescatadas como supuestos saberes absolutos, aplastados por la hegemonía perversa de las ciencias occidentales y sus “reduccionismos epistemológicos”.


Lo cierto es que a la ciencia “occidental” y a sus males reales remanentes positivistas se le puede criticar muchas cosas, pero precisamente desde esa nueva antiguada, que es el idealismo filosófico disfrazado del rescate de arcanos de sabiduría.


Pero a lo que apunto es a que todas esas manifestaciones son reflejo de una causa de fondo. La angustia existencial ineludible donde cada avance científico se percibe como amenaza, cada enfermedad como una potencial pandemia apocalíptica, cada evento climático como un anuncio del fin del mundo, solo es reflejo sociológico de la angustia de no hallar salida en la lógica ideológica hegemónica del sistema.


Lo que está en crisis cultural no es la civilización humana y sus realizaciones, como la tecnología y la ciencia, lo que está en crisis es el sistema capitalista incapaz ya de hacer de esas realizaciones un instrumento de avance civilizatorio.


No hay nada retrogrado en luchar por un mundo nuevo, no hay nada retrogrado en denunciar que la propiedad privada no puede ser la base de una sociedad sostenible para el bien de todos. Lo retrogrado es lo otro, las viejas antiguadas.


Julio Disla