lunes, 29 de mayo de 2023

La infantilización social

Por Julio Disla

 

Es paradójico que eso le ocurriera al creador del detective privado más famoso del mundo, Sherlock Holmes, conocido por su exigencia de la racionalidad más extrema. En hallar las secuencias lógicas que llevaran de un razonamiento a una conclusión, partiendo de la observación, tenía la irracional creencia en hadas madrinas reales. ¿Será que en casa del herrero cuchillo de palo, o será algo más complejo de la siquis humana?


La caída del socialismo soviético sorprendió a todos, tirios, troyanos, pero sorprendió a un sistema capitalista que ya, en su fase superior y última del avance civilizatorio, estaba agotadoen su etapa dedescomposición. La consecuencia fue desatar los diques que contenían la ambición de clase para la burguesía y, embriagados de la sensación de victoria, arremetieron contra todo lo que se interponía al desenfreno de la rapacidad, como si no hubiese futuro. Y de alguna manera en su pensamiento no lo había, como lo dejó claro Franklin Fukuyama.


A pesar de la borrachera pasajera del fin de la historia, los ideólogos del sistema, religiosamente abstemios, siempres upieron que para que la profecía se hiciera cierta, era necesario llevar a un nuevo nivel el control social. Y con racionalidad fría, aplicaron muchos mecanismos, como los tiempos, desenfrenadamente, en particular la redescubierta infantilización social.


A los niños los caracteriza la necesidad de la inmediatez. Como así mismo no hay memoria para el infante, tampoco hay sentido de futuro. Todo es aquí y ahora. Y los niños, por la misma razón, son crédulos por naturaleza.


La infantilización social busca crear un adulto que no haya madurado en su pensamiento social y, por lo tanto, quiera solo el aquí y el ahora. Para lograrlo se necesita una conciencia social en la que la lectura sea sustituida por la inmediatez de lo visual, ya sea televisiva, por cable, o por servicio de internet. 


Necesita que la apreciación del arte se sustituya por impresiones visuales chocantes y superficiales, en las cuales la imagen no tenga profundidad que la muestre de un golpe. Requiere de consumo musical en clave simplificada, con letras que apelen solo al sentido de lo inmediato.


Necesita de un concepto afectivo como el de la necesidad inmediata de cariño que requiere un infante. Necesita de un sentido de si, que se cierre solo en uno mismo, y se satisfaga con el gimnasio, donde crear la imagen de uno que implicara la aceptación etárea.


La solución para lograrlo es general productos en los que se proyecte al cerebro un frenesí de acción, acompañado de sexo, de satisfacción de los sentidos, de una incomodidad latente de apocalipsis inevitable que borre la posibilidad de soñar un futuro. La idea de que el mundo fuera de uno y de su entorno inmediato es demasiado complicado para intentar entenderlo.

  

Y cada producto se inyecta con la pretensión de que se borre de la memoria el producto que acaba de ser consumido. Se necesitan, además, que la vida misma se perciba como ese frenesí que proyectan. Toda satisfacción se circunscribe al aquí y al ahora permanente.


Pero como es imposible, por más que lo intenten, reducir al ser humano a ese compendio de hedonismo, la acción de control se cierra en crear, fuera de las sensaciones a un ser humano que, acontrapelo de las evidencias, se le pueda convencer de que las hadas madrinas existen y deambulan por el bosque, con solo entregarle un juego de fotos trucadas.


Si miramos al terraplanismo como un gigante experimento social de ver hasta dónde puede llevarse la credulidad humana, advertimos como se puede inyectar el absurdo de tal manera que termine formando parte de las creencias de los individuos, alpunto de no querer renunciar a ella por irracional que sea.


Entonces, adquiere sentido la explicación detrás de ese fenómeno de surrealismo social.  El capitalismo nos quiere convertir en terraplanistas permanentes, con una chambelona que no se nos caiga de la boca, y un asombro pueril frente al mago que nos enseña un mediocre truco para mantenernos entretenidos.


Todos añoramos la infancia, pero todos sabemos que quedarnos en ella nos hace perdernos la extraordinaria plenitud de una vida compleja y llena de tesituras.  No somos solo individuos, somos seres sociales, parte de un organismo con pasado y, sin duda, con un futuro.


En nosotros viven los que nos precedieron y de nosotros vivirán los que ya llegan.  A veces decimos que la vida es corta, y con ello, justificamos el aquí y el ahora, pero como bien descubrió Alejo Carpentier, al final de una larga reflexión sobre el ser colectivo, ”la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas”. Y es en esa búsqueda de la trascendencia colectiva donde radica la siempre insatisfecha felicidad humana.

 

 

Julio Disla