martes, 23 de julio de 2024

Cría cuervos y te sacarán los ojos

Por Julio Disla

El intento de magnicidio contra el expresidente Donald Trump no solo fue un ataque contra un líder político, sino, además, un asalto a la estabilidad política y a la institucionalidad de la nación norteamericana. Esta acción conmocionó a la sociedad y generó interrogantes sobre la seguridad, la motivación detrás del ataque y las posibles consecuencias a largo plazo.

Contexto Histórico

 

Los magnicidios y los intentos de asesinato de lideres políticos no son fenómenos nuevos. A lo largo del proceso histórico, numerosos jefes de Estado han sido blanco de atentados. Desde el asesinato de Julio César en la antigua Roma, así como otros emperadores corrieron la misma suerte en otros estadios histórico de la humanidad. En el caso de Estados Unidos, la historia comenzó con el asesinato de Abraham Lincoln en 1865; quien se convirtió en el primer presidente que murió asesinado, le siguió James A. Garfield, en 1881, mientras en 1901 engrosó a la lista William McKinley.

Uno de los acontecimientos más conocido de esta saga de crímenes ocurrió el 22 de noviembre de 1963, cuando el trigesimoquinto presidente, John F. Kennedy, fue herido mortalmente en Dallas, Texas. A él le siguió su hermano menor, Robert Kennedy, fallecido el 6 de junio, tras ser herido de muerte mientras hacia campaña para las elecciones presidenciales de 1968.

Ronald Reagan, quien es identificado como el cuadragésimo presidente de Estados Unidos, estuvo a punto de ser asesinado a manos de un pistolero, en marzo de 1981, en Washington. Cada presidente en la historia de este país ha sufrido alguna vez un intento de asesinato; pero si sumáramos a estos los que han sido organizados y planificados desde la Casa Blanca contra lideres que les son “molestosos” en otras regiones del mundo, como los presidentes Muamar Gadafi, de Libia y Salvador Allende, de Chile, no alcanzaría un centenar de tomos de historias.

 

El intento de magnicidio: Hechos y cronología.

 

El ataque tuvo lugar el pasado sábado 13 julio en Butler, Pensilvania; cuando el expresidente Donald Trump iniciaba el último mitin político previo a su proclamación como candidato Republicano para las elecciones de noviembre próximo. Casi inmediatamente después de iniciar el mitin, sonaron los primeros disparos, el expresidente se estremeció en el escenario, se agarró la cara y se tiró al suelo. En esos caóticos minutos que siguieron a la balacera, Trump fue ayudado a levantarse y ponerse de pie por los agentes del Servicio Secreto y mostro una señal de vida: levantando el puño derecho hacia el cielo y grito a la multitud: “Luchen”. Esa imagen inundó las redes sociales, como si todo hubiera sido planificado de antemano.

Una bandera estadounidense que no estaba en el escenario aparece flotando casi sobre la escena, hay veta de sangre sobre la oreja derecha de Trump y en la cara. El intento de asesinato perpetrado por el joven Thomas Matthew Crooks; lejos de reducir la posibilidad de triunfo del candidato conservador Republicano, la ha agigantado; pues la imagen indeleble de nuestra era de crisis y conflictos se extiende por doquier.

En ese escenario, Trump parecía consciente de la imagen que estaba creando. Es una imagen que lo captura como le gustaría que lo vieran, tan perfectamente, de hecho, que puede sobrevivir a todas las circunstancias y tempestades.

Cría cuervos y te sacaran los ojos, podría estar relacionado con la situación que en los últimos años viene produciéndose en el territorio norteamericano; donde fue creado el Frankenstein de la violencia armada, rentable para las grandes empresas que fabrican esos instrumentos de muertes; pero que el monstruo termina virándose contra sus creadores.

 

El fusil ARA-15 utilizado por el joven Thomas Matthew Crooks en el atentado contra el expresidente Donald Trump es uno de los más populares en la nación. Millones de estadounidenses poseen un arma similar. Descrito como “asequible, personalizable, ligero y letal”, por los vendedores de armas, mientras que  los medios de comunicación lo han bautizado al rifle como el “arma preferida de los asesinos en masas”.

Por solo citar algunos ejemplos, los rifles Ar-15 fueron utilizados en los tiroteos masivos de Sandy Hook, en Connecticut, Parkland, Las Vegas, Sutherland Springs, el Club Norturno Pulse, Uvalde, la Covenant School de Nashville y en el Old National Bank de Louisville. “El negocio de las armas y la escalada de violencia política en Estados Unidos propician incidentes como el que ha tenido lugar en Pensilvania contra Trump”.

El intento de magnicidio contra el expresidente Donald Trump es un recordatorio sombrío de los riesgos y desafíos que enfrenta la nación estadounidense y la fragilidad de la estabilidad política. Este hecho debe servil como un llamamiento a la reflexión sobre la necesidad de controlar el uso y venta de armas de fuegos, la necesidad de abordar las causas subyacentes de la violencia política y la importancia de la democratización social en tiempo de crisis.

La sociedad debe unirse para condenar estos actos y trabajar hacia un entorno donde las diferencias políticas puedan dirimirse en un clima de diálogo y debate, en lugar de la violencia y la intimidación. La preservación de la democracia y el respeto por la vida humana deben ser prioridades inquebrantables de cualquier nación.

Julio Disla