Por Fortune Modeste Valerio
La fiesta de la democracia es el proceso electoral en marcha, mediante el cual en la etapa democrática se eligen a los gobernantes nacionales de turno y locales: presidente y vicepresidente de la república, legisladores y autoridades municipales. Su permanencia en el poder, lo establecen las leyes sustantivas de la nación; fiel a su cumplimiento, le da vida y salud a la democracia mentada.
La etapa democrática en el capitalismo tiene un sello de clase, donde las reglas del juego las impone la burguesía. Sus principios ideológicos, políticos, económicos y sociales, se aplican por la buena o por las malas. En este sistema todo lo que circula está al servicio de la clase social, grupo dominante.
En los países subdesarrollados, pobres y dependientes, existen las posibilidades de que sectores y capas sociales puedan disputar el gobierno a los que tradicionalmente han administrado los recursos del Estado, debido a que la burguesía está en proceso de formación y en algunos casos, consolidándose. Dejando espacio para que grupos oligárquicos se lleven el santo y la limosna.
La debilidad intrínseca de la burguesía la lleva con frecuencia a sostener alianza por sobrevivencia con sectores oligárquicos. En otros casos, cuando adquiere conciencia de clase, la enfrenta para evitar su contaminación, desnaturalización, y continuar el curso de la historia.
Oligárquicos y burgueses, en el proceso electoral, depositan sus huevos en los partidos políticos conservadores y corruptos, con opción de poder. Han llegado tan lejos que en la actualidad controlan algunas de las instituciones mayoritarias: unas veces a la franca, otras, con ribetes de progresistas. Esto convierte la competencia electoral en una lucha de vida o muerte.
En esa disputa por el poder, se crea un espacio que puede ser aprovechado, para avanzar hacia el poder, por sectores democráticos, progresistas y de izquierda. Tomando en consideración que participar en la etapa democrática y en el proceso electoral, no es para materializar la revolución de la utopía aquella, sino para enderezar el camino que se transita y llevarla a un puerto seguro.
La
región latinoamericana atraviesa por la etapa democrática del
capitalismo, donde crecen sus fuerzas productivas y sociales, privilegiando a sectores burgueses y oligárquicos que incrementan sus riquezas y capitales, en demasía. Conducir correctamente
este tránsito, solo lo puede hacer las fuerzas progresistas, democráticas y de
izquierda; que están empeñadas en humanizar este recorrido para que cumpla con
los objetivos de frenar y condenar los actos de corrupción, para que el
crecimiento económico tenga una redistribución inclusiva, sin privilegio, y
transformar el modelo neoliberal aplicado. Es decir, cambiar de verdad la manera de
gobernar
Ese espacio originado por la incapacidad y enfrentamiento entre los sectores dominantes, es aprovechado genialmente por sectores democráticos, progresistas y de izquierda, en América Latina. No hay razones valederas para que la nuestra no transite por ese camino, en materia electoral, exitoso.
En la sociedad existe descontento real frente a los tres que echaron al pueblo en el pozo y un sentimiento revolucionario apagado por la desconexión con la población y la dispersión de las entidades de izquierda. Ha llegado el momento de provocar la chispa que enciende la locomotora, presentando una alternativa electoral, unitaria, democrática y progresista, que nos coloque en el camino hacia el poder.
Hay que concluir, llevar a feliz término, los esfuerzos y determinación democrática de los héroes y mártires de la expedición de 1959, los objetivos y metas de la Constitución del 63 y el gobierno presidido por el profesor Juan Bosch, el valor de los jóvenes del 14 de junio, Manolo y sus compañeros, que abonaron con su sangre, generosa y fecunda, las escarpadas montañas de Quisqueya, y, por último, honrar el sacrificio de Caamaño y los guerrilleros de Caracoles. No hay de otra.
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