jueves, 28 de mayo de 2020

INTELECTUALES Y PERIODISTAS TRUJILLISTAS

Por: Filiberto Cruz Sánchez
Trujillo y sus asesores, historiógrafos y publicistas, fueron los primeros en comprender el valor de la publicidad política y la eficacia de los diversos mecanismos de las relaciones públicas modernas para el control ideológico y moldeamiento de la opinión pública. Trujillo no sólo impuso su dominación por la vía de la coerción y la violencia; también complementó esa hegemonía mediante el uso del terror, el miedo, la alabanza extrema y la búsqueda ocasional del consenso, siempre ajustado a las conveniencias políticas del régimen.
 
El poder ilimitado y prolongado del sátrapa implicó el uso permanente de la violencia institucional como recurso primario, mientras la búsqueda del consenso era un aspecto auxiliar y secundario, aunque de suma importancia en la reproducción del régimen político, dado el estado de ignorancia y sumisión de las clases populares al orden establecido.

Los primeros atisbos con relación al valor de la publicidad política por parte de Trujillo y sus cortesanos se remontan a los años de la crisis política desatada por los seguidores del presidente Vásquez. En opinión de Crassweller, para ese entonces "habían aparecido ciertos síntomas que no fueron detectados. Dos periodistas, Rafael Vidal Torres y Rafael Damirón, trabajando separadamente, ambos bien pagados por Trujillo, habían estado abrillantando su reputación mediante favorables artículos en la prensa".

Siendo jefe del ejército, Trujillo compró una imprenta para publicar las actividades y los actos militares a través de la Revista Militar, dirigida por Vidal Torres y su tío Teódulo Pina Chevalier. El órgano impreso del Ejército no se limitó a los cuarteles, sino que circuló también en la sociedad civil exaltando una mejor imagen del hombre que ya conspiraba contra el gobierno horacista.

Tan pronto asaltó el poder, Trujillo montó una maquinaria publicitaria que requería, en primer lugar, el más absoluto control de los medios de comunicación, y en segundo lugar, atrapar a la generalidad de los intelectuales para utilizarlos en las labores de alabanzas y exaltación de las ejecutorias gubernamentales.

En los años iniciales de la dictadura, los niveles educativos de la población dominicana, incluyendo a los jóvenes, eran muy bajos. De acuerdo al censo realizado en 1935, la población ascendía a 1, 479,417 habitantes, de los cuales sólo 300 mil sabían leer y escribir. El 80 por ciento de la población era analfabeta, mientras que el 82 por ciento vivía en las zonas rurales. El acceso a la ciencia y la cultura estaba restringido a un reducido y aislado grupo de intelectuales que muy pronto fueron conquistados para legitimar y justificar históricamente la dictadura.

En esa infausta tarea sobresale el esfuerzo por presentar al régimen muy apegado a la tradición democrática representativa. "Para evitar que la farsa fuera desvelada, el régimen tenía que controlarlo todo y no podía tolerar fisuras en el espacio de la producción de ideas. En un sentido más vasto, "los intelectuales tenían asignada la función crucial de legalizar históricamente la forma de gobierno y presentar a la persona de Trujillo como la encarnación de la idea nacional, recurso indispensable para la felicidad colectiva".

Todas las energías del saber se canalizaron, desde el principio, hacia la consolidación del sistema político trujillista. "El intelectual devino en un escriba", en un servidor incondicional, cuya capacidad crítica quedó anulada. "Y de ahí provino el real empobrecimiento cultural no sólo del país, sino de la intelectualidad" dominicana en aquellos años.
Trujillo mantuvo siempre "una obsesiva fascinación por el discurso brillantemente formulado". Para esos y otros fines asimiló los más destacados miembros de la intelectualidad, Arturo Logroño, Jacinto Bienvenido Peynado, Troncoso de la Concha, Rafael Vidal Torres, Roberto Despradel, César Tolentino, Arturo Despradel, Emilio Rodríguez Demorizi, Jesús María Troncoso, Ramón Marrero Aristy, Abelardo René Nanita, Héctor Incháustegui Cabral, Virgilio Díaz Ordóñez, Julio Ortega Frier, Manuel Arturo Peña Batlle y Joaquín Balaguer, entre otros.

Peña Batlle y Balaguer "constituyeron un dúo que se encargaría de perfeccionar, dar rigurosidad y coherencia y revestir de un brillo literario que no tenía" la tiranía. Ambos elaboraron documentos oficiales, escribieron "obras de alabanzas y discursos para Trujillo. Una de esas obras, La Realidad Dominicana, de Balaguer, "se convertiría en la pieza publicitaria de mayor importancia en la justificación del despotismo trujillista", según la opinión del historiador Roberto Cassá.

En realidad, Trujillo no tenía necesidad de un discurso teórico coherente; le bastaba sustentarse en un conjunto de mitos y de recursos publicitarios para encubrir la realidad de la forma más burda e irracional posible. La institucionalización de la mentira, en tanto pilar fundamental de la ideología trujillista, fue enteramente posible en un medio social donde imperaba además la tiranía de la ignorancia.

Entre los grandes temas enarbolados y martillados con rango de mitología histórica para enmascarar la realidad social y cultural del pueblo dominicano, están el nacionalismo, el mesianismo, el hispanismo, el cristianismo, el racismo, el anti haitianismo, el anticomunismo y el culto a la recia personalidad de Trujillo.

El falso nacionalismo consistía en presentar la obra de Trujillo como la forjadora del ideal nacional. Se presentaba así un contraste entre un pasado trágico y un presente lleno de realizaciones materiales, incluyendo la "independencia" financiera de la década de 1940.

El mesianismo se expresó en la insistencia del supuesto de que el pueblo dominicano era incapaz de forjar su propio destino. Una visión trágica de todo el proceso histórico anterior sirvió de fundamento. En ese contexto, la figura del tirano aparece como un enviado divino, el escogido por Dios para darle unidad y grandeza a las dispersas y confusas características de la identidad nacional.

La exaltación del hispanismo como supuesta esencia de lo nacional fue justificada en el plano histórico y hasta antropológico. Así, la nación dominicana vino a ser una prolongación de la estirpe hispánica, cuyas esencias las encontramos en las costumbres, la lengua, el pensamiento, la organización y la fe cristiana.

El cristianismo fue enarbolado por Trujillo como componente esencial de la nacionalidad dominicana y como instrumento de alienación religiosa de las clases populares. También como elemento unificador de lo nacional frente a la acción disolvente del “comunismo ateo y disociador”.

El anti haitianismo y el racismo fueron también dos componentes básicos del trujillismo. Por medio del primero se presentaba una lucha feroz entre dos colectividades nacionales contrapuestas, una de las cuales debía aniquilar a la otra al compartir un mismo espacio físico. La presencia africana en la sociedad dominicana era negada mediante el invento de categorías raciales, "raza blanca, mestiza e india". El racismo, derivación del anti haitianismo, justificaba la supuesta superioridad de la "raza blanca" sobre la negra. Así, el viejo conflicto entre la nación dominicana y la haitiana debía conducir a una solución donde el grupo superior desterrase al inferior.

Hito fundamental del trujillismo lo fue el anticomunismo, doctrina considerada "extraña" y contraria a las esencias nacionales. La "amenaza" comunista le garantizaba a Trujillo subordinación, chantaje, enajenación y consenso frente a los diversos sectores sociales.

El culto al tirano quedó patentizado en la frase "Dios y Trujillo". La personalidad de Trujillo era tan compleja y trascendental que estaba fuera de toda ponderación racional, razón por la cual el culto al déspota tomó giros irracionales. El mismo tirano se presentó en múltiples escritos como un mediador entre Dios y el destino del pueblo dominicano.

Todo ese cuerpo doctrinario fue elaborado, durante largos años, por el grueso de la intelectualidad cortesana. 

"Ahora bien, por más que el poder absorbiese, del rango de intelectuales jóvenes resurgía la tendencia a la contestación. Así se explica que, tras la entrega de casi todos los ya activos para 1930 o años siguientes, emergieran individuos de nuevas promociones que jugaron papeles destacados en las luchas democráticas".

José Cordero Michel escribía, en los años finales de la dictadura, que fueron "precisamente los intelectuales los portadores y los difusores de la ideología dominante de la dictadura, pero al mismo tiempo es en sus filas y especialmente entre los estudiantes que sirven de catalizador político de la clase media dominicana, donde existe una mayor inquietud y oposición velada al régimen. El origen de la situación contradictoria de los intelectuales hay que buscarlo en su posición económica como capa social intermedia, obligada como está a vivir del Estado o de las clases dominantes y, al mismo tiempo, constreñida a compartir las miserias de los estratos más bajos de la clase media.

"Aunque es cierto que la gran mayoría de los intelectuales odiaba profundamente a la dictadura y sólo una pequeña fracción se identificó servilmente con ella, ni en conjunto ni aisladamente les fue posible realizar una obra realmente creadora. La dependencia de la autocracia para poder vivir, el encuadramiento en organizaciones pretorianas y la constante propaganda ideológica de la dictadura, hicieron que los valores culturales creados por los intelectuales fueran cortados de su fuente más preciosa: el pueblo. No es extraño, pues, que toda labor creadora en los campos del arte y la ciencia haya sido completamente nula".

Resultó pues imposible la tarea de disputar la hegemonía ideológica a la dictadura en el campo fértil de la cultura. Ni siquiera el movimiento revolucionario de los años '40s, de orientación marxista, pudo constituir un cuerpo de intelectuales contestatarios, a pesar de que "la gran mayoría de los intelectuales odiaba a la dictadura".

FUENTE: https://www.facebook.com/filiberto.cruzsanchez/posts/3341632985869126

 

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