Por: Manuel Salazar
Es una pregunta que a lo mejor no tenga respuesta, pero cabe, así sea para llamar la atención sobre el peligro objetivo de que «la dictadura del PLD – Gobierno» se mantenga más allá del 2020, a causa de la falta de unidad de la oposición, aún y cuando en el pueblo hay enormes potencialidades para lograr el cambio.
Si. ¿Qué clase de gente somos? Que gritamos voz en cuello «sufrimos una dictadura de partido único»; que inscribimos en una plataforma que «para derrotar al PLD hay que unir y movilizar política y socialmente a todos los sectores de la oposición»; que decimos «no hay posibilidades de cambios democráticos mientras el PLD sea gobierno» y que a este «nadie le gana solo». Pero no hacemos nada significativo, o hacemos lo contrario, al sentido de unir las fuerzas políticas y sociales para corresponder, en los hechos, a todas esas conclusiones dichas de manera reiterada en palabras habladas y escritas.
Mientras en casi todos los países la historia está llena de experiencias de coaliciones y concertaciones entre grupos políticos diferentes y hasta tradicionalmente impugnados entre si, que se unieron para lograr un objetivo común, en nuestro país en cambio no pasamos de las prédicas unitarias.
Hace apenas días, Pedro Sánchez al frente del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), ganó las elecciones; pero dado que el congreso es quien decide, no obtuvo las diputaciones suficientes para hacer gobierno y se ha visto así en la necesidad de hacer acuerdos para obtener la cantidad necesaria y poder ser investido como presidente. Era previsible desde antes de las elecciones que no lograría la mayoría calificada, y a fin de crear condiciones para pactar acuerdos con el partido Podemos, por ejemplo, hubo de bajar el perfil a sus cuestionamientos al gobierno del presidente Nicolás Maduro de Venezuela, además de asumir unas determinadas propuestas de políticas públicas.
La cuestión es que Pedro Sánchez, necesita entre otros, de los votos de Podemos en el Congreso y le hace concesiones a este para lograr acuerdos; y este propone políticas a ese mismo propósito, y llegarían a unos entendidos que facilitarían la instalación de un gobierno de compromiso. El que ganó la mayoría, pero no lo suficiente, gana el derecho de tomar la iniciativa de buscar los apoyos que le faltan para poder ser gobierno, y los que ganaron menos, aceptan ese principio democrático de la mayoría, y asumen la concertación de políticas públicas y hasta de cargos en el gobierno, como condición para sumar sus votos.
Ambos, PSOE y Podemos, tienen de común, además, que quieren cerrarle el paso a la posibilidad de que la derecha rancia y la ultraderecha ganen el poder, y echan a un lado sus reconocidas diferencias para golpear juntos al enemigo principal. Hacen los deberes de la política.
Hablo adrede de Podemos, porque entre los que rehúsan la línea de la concertación, los hay que lo asumen como modelo para convertirse en el país en lo que esa fuerza es en España. Pero no valoran como lo hace este partido, que en la lucha política, institucional, y hasta en la subversiva, la concertación es un instrumento habitual, entre fuerzas diferentes, que en algún momento coinciden en un objetivo inmediato y encuentran puntos programáticos comunes para actuar juntos.
Así ha sido y es en casi todos los países. En Brasil, Chile, España, Indonesia, Ghana, para abrir puertas a una transición democrática desde dictaduras militares, fue necesidad, y por tanto tarea de primer orden, armar una coalición política y social entre partidos, movimientos y líderes de ideologías y orientaciones políticas diferentes, y enfrentadas unas a otras durante mucho tiempo.
En México, que es un caso parecido al actual nuestro, la concertación entre diferentes fue también un requerimiento; para dar paso a una transición democrática desde un régimen dominado por un partido único que se constituyó en «dictadura perfecta», sustentada en una constitución, en leyes, un congreso, y la celebración de elecciones regulares cuyos resultados de antemano se sabían favorecerían al partido en el gobierno.
Si Manuel López Obrador (AMLO) es hoy presidente de México, fue porque antes ocurrieron unos cambios democráticos mínimos en ese país, que quitaron la hegemonía sempiterna al Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Hoy, algunos ven el triunfo de AMLO como el ejemplo de que ellos pueden. Y es cierto que pueden. ¿Pero cuándo?
Olvidan o desconocen que el triunfo de AMLO es resultado de cambios políticos e institucionales que se dieron años atrás; cambios que resultaron de concertaciones y de la presión popular y social y que comenzaron a airearse en 1988 por las maneras en que el PRI, con Salinas de Gortari como candidato presidencial, se impuso en las elecciones de ese año; y que, por demás, necesitaron del escándalo político que constituyó el asesinato de Donaldo Colosio, un líder- candidato presidencial del PRI que apostaba por las reformas.
AMLO es resultado. Y, ahora, puede ser punto de partida de un proceso democratizador más amplio y profundo.
Lo que sea que somos la clase política dominicana del progresismo y de la izquierda, nos ha llevado muchas veces, trágicas unas, cómicas otras, a hacer lecturas limitadas de procesos extranjeros que hemos querido injertar en el país.
Aquí la concertación política es poco menos que un descaro para gran parte de los sectores que debieran ser los más interesados en sacar al PLD del gobierno, y abrir así las compuertas a cambios democráticos y a la posibilidad de que, puestos a la lucha institucional para alcanzar el gobierno, esta se haga ulteriormente más fácil a las candidaturas y partidos emergentes.
Es abc, y si se quiere, aeiou, de la política, que cuando la correlación de fuerzas no te favorece, o más claro: cuando tus fuerzas no te alcanzan para lanzarte a la búsqueda de tus objetivos, debes hacer alianzas que te permitan acumular fuerzas y avanzar algo en el sentido de lo que buscas.
¿Qué clase de gente somos, que no podemos, o no queremos, entender esto?
Reconforta saber que el pueblo si entiende estas cosas; las ha entendido cada vez que en el país se ha presentado la posibilidad o la necesidad de una inflexión política; en 1962, 1978, 1990, 1994- 1996.
Plataformas como la Coalición Democrática y el Congreso Cívico debieran asimilar estas experiencias y dedicar más energías y tiempo a unir y movilizar las reservas de cambio que hay en el pueblo, y hacer menos esfuerzos con los líderes de los partidos, sobre los cuales tiene lugar la pregunta ¿Qué clase de gente somos; cómo se nos puede calificar?
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