Por César Pérez
El
destacado sociólogo Cándido Mercedes me sugirió que abordase el tema de la
elección Pedro Castillo como presidente de Perú, a pesar de su discreto perfil,
y que comparase el grado de conciencia de la sociedad peruana con la que
tenemos nosotros. Le dije que no, por razones que le expliqué, pero su
sugerencia fue como esos gusanillos que obligan a uno a intentar sacárselos de
la cabeza. En ese tenor, aprovecho la sugerencia del dilecto amigo y colega
para tocar algunas cuestiones sobre porqué y dónde se producen triunfos de la
izquierda de esta región. Además, insistir en la crítica al carácter impolítico
de cierta izquierda de nuestro país y las consecuencias de su sesgada lectura
de los procesos políticos en América Latina.
El triunfo
de Pedro Castillo alegra a todo aquel que cree e impulsa el derecho a la
participación y representación que, en esencia, constituye la base de la opción
personal y social del hoy presidente de Perú. Por sus condiciones
étnica/sociales, y sus posiciones de izquierda en cuestiones importantes, fue
frontalmente combatido por sectores clasistas y racistas dentro y fuera de su
país. Sin embargo, triunfó y con él las posiciones contra toda expresión de
intolerancia y exclusión. Esto, además de satisfacción, motiva una reflexión sobre
las razones últimas que hicieron posible la victoria de Castillo y el acceso de
otros candidatos de izquierda a diversas instancias del poder en otros países
de la región. La clave de estas conquistas radica en sus historias de luchas
sociales y políticas.
En Perú, esa historia se inicia con Tupac
Amaruc que encabezó la rebelión indígena contra los colonizadores, de los
movimientos indigenistas, la reforma agraria de Velazco Alvarado, los
movimientos sociales y vivienditas que han logrado alcaldías en varias
ciudades, incluyendo Lima. Los éxitos de la izquierda brasileña, son frutos de
sostenidas luchas de los trabajadores, de guerrillas contra dictaduras
militares, de conquistas de espacios urbanos, como ese largo proceso
concertación social que hizo de Curitiba una ciudad referencia mundial.
Santiago de Chile tiene hoy una alcaldesa dirigente del Partido Comunista
Chileno, uno de los pocos partidos comunistas a nivel mundial con profundas
raíces en la cultura, en sentido lato, de sus sociedades.
Experiencias similares tiene la izquierda
boliviana, la uruguaya y en menor medida la argentina, las cuales han
contribuido que en estos países se haya creado no sólo una significativa
conciencia política, sino un fortalecimiento de la identidad nacional, hacen política,
y están insertas en las instituciones del sistema donde se toman las
decisiones. Por diversas razones, esa no es la experiencia de nuestra
izquierda, ésta, a pesar de su importante aporte al clima de relativa libertad
alcanzado por esta sociedad, se mantiene prácticamente ausente en las
instancias decisorias del sistema. Debido, básicamente, a sus limitaciones para
comprender cómo hacer política en el marco de la democracia.
Otro lastre de la generalidad de nuestra
izquierda, es su inveterada propensión a dividirse, al desacuerdo en cuestiones
de simple sentido común, al tremendismo verbal, el agravio y la
descalificación como recursos argumentales de discusión casi únicos. Una
lástima, pues pocas sociedades son tan socialmente desiguales, pocas tienen una
clase dominante tan conservadora social y políticamente como esta. Ese
conservadurismo social, de clases o clasistas es tan cultural y políticamente
profundo que, paradójicamente, son identificables en ciertas expresiones
de determinados grupos o individualidades que se reclaman de izquierda al
referirse a determinadas colectividades o personas de izquierda
percibidos como adversarios.
Aquí, la existencia de una izquierda social,
además de política, es en extremo necesaria para poder llevar hasta su más
mínima expresión las actitudes y posiciones conservadoras en la sociedad que
corroe los cimientos de la nación. En otros países de la región, sobre
todo en los arriba citados, las diversas luchas sociales han ampliado los
márgenes de maniobras para limitar el daño que ocasiona a sus sociedades el
atraso de sus clases dominantes y por eso, por momentos, se dan casos como ese
triunfo de Castillo, en que fue determinante la alianza entre Pedro Castillo y
Verónika Menoza, una brillante y culta represente de una franja de la izquierda
peruana.
Esa alianza/unidad no cayó del cielo, es fruto
de un rico sedimento producido por una historia conquistas sociales y
políticas y por una sostenida demanda de inclusión social sin importar orígenes
étnicos, sociales o religiosos. Es esta una de las lecciones que podemos
extraer del acceso al poder de un maestro de escuela, de humilde origen rural
y que construyó su casa con sus propias manos. Eso es importante, pero lo
más importante es saber sólo con una pluralidad de manos es como se pueden
construir sociedades realmente inclusivas. Verdaderamente democráticas.
Fuente: Perú y la izquierda que triunfa | Acento.
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