jueves, 21 de octubre de 2021

JUAN BOSCH: HAY QUE MATAR EL MIEDO. (DISCURSO EL 20 DE OCTUBRE DE 1961)

Por: Juan Bosch

A su llegada a la Casa Nacional del PRD después de un exilio de 23 años

Pongo pie en mi tierra en circunstancias difíciles para los dominicanos. Encuentro al llegar, y lo sabía por noticias que tenía en mi ruta, un estado de agitación que no parece sino provenir, como la fruta terrible de una situación prolongada, del miedo que ha estado padeciendo nuestro país, nuestro pueblo, y del odio que se ha sembrado en su corazón. Durante toda una generación, se ha estado sistemáticamente inoculando el odio en el alma dominicana.

El odio responde hoy con furor popular. No podía ser de otra manera. Tenía que ser así. Debió haber aparecido a tiempo una mano que colocara sobre las heridas del pueblo el bálsamo del amor, el bálsamo de la convivencia, el bálsamo de la democracia, el bálsamo de las libertades populares.

Sobre tantas tumbas desconocidas, sobre tantos cuerpos torturados, sobre tantos sufrimientos callados, en los bohíos, en las casas y en los edificios; sobre tanto exilio atormentado, sobre tanto insulto permanente ¿Qué podía esperarse, sino que el pueblo reaccionará como lo está haciendo ahora?

No hay corazón infatigable para sufrir, no hay pueblo infatigable para padecer agresiones; llega una hora en que no se puede sufrir más y en que no se puede humillar más. Estamos a tiempo todavía, y lo digo para el pueblo dominicano, y lo digo para los gobernantes dominicanos, de emprender una cruzada de corazón limpio y brazo fuerte para matar el miedo en este país, para que termine el miedo del pueblo al gobierno y a los soldados, para que termine el miedo de los soldados y del gobierno al pueblo, para que termine el miedo de los opresores a la libertad, y para que termine el miedo de los luchadores de la libertad a sus opresores.

Nosotros somos una tierra pequeña, que solo podemos engrandecernos por el amor, por la virtud, por la cultura, por la bondad. Nuestro pueblo tiene básicamente amor, bondad, virtud, y una gran capacidad para adquirir la cultura. Nosotros estamos en América, en una América que ha tomado ya resueltamente el rumbo de las democracias con libertades públicas y justicia social. Nuestro pueblo, nuestro país, nuestro gobierno, no pueden sustraerse a ese rumbo del destino americano; todo esfuerzo que se haga, voluntario o involuntario, para detener a la República Dominicana en la marcha hacia ese destino americano; todo esfuerzo que se haga, voluntario o involuntario, para detener a la República Dominicana en la marcha hacia ese destino común de América, será un esfuerzo inútil, un esfuerzo que no produjera si no nueva vez sangre, exilio, torturas, prisiones, tumbas ignoradas, corazones de madres adoloridos, hijos huérfanos que no saben dónde están enterrados sus padres. Yo p ido al pueblo dominicano, a la juventud dominicana, a los hombres y a las mujeres maduros de este país, a los funcionarios públicos, a los que llevan uniformes y a los que no lo llevan, a todos, que pensemos en nuestro pueblo, un pueblo sufrido durante más de cuatrocientos años; un pueblo cuyo sufrimiento últimamente se exalto a términos increíbles, inexpresables. Pido a todos que meditemos un momento en que esta tierra es de los dominicanos, no de un grupo de dominicanos; que su riqueza es para los dominicanos, no para un grupo de dominicanos; que su destino es el de la libertad, no el de la esclavitud; que su función es unirse a América en un camino abierto y franco hacia el disfrute de todo lo que significa para los pueblos la libertad pública y la justicia social. Yo pido por fin, por último, a mi pueblo y a los funcionarios gubernamentales y a los funcionarios militares de todas las categorías, que como consecuencia de esa meditación nos dispongamos todos a matar el miedo, que seamos nosotros mismos el San Jorge de ese dragón que nos está oprimiendo hace más de treinta años, que está destrozándonos hace más de treinta años; que nos ha convertido en la vergüenza y en la ignominia del Continente. Durante mucho tiempo ser dominicano fuera de Santo Domingo era casi infamante, y nosotros teníamos que mantener en el exilio la frente alta cuando nos miraban despreciativamente o con la piedad con que se mira al que sufre sin haber cometido delito.

Dominicanos de todas las razas, de todas las clases sociales, de todas las categorías oficiales o no, hagamos un alto. Yo he venido aquí para pedirles esto y para servir en esto. Yo estoy dispuesto a hacer cuanto deba hacer, a arrodillarme ante quien deba arrodillarme, para que podamos sacar de mi humillación, sin es necesaria, y de la disposición de ustedes, que es imprescindible, una fórmula de convivencia democrática.

Parodiando a Martí, a José Martí padre de América y gloria de Cuba, quiero decir aquí que los dominicanos no podemos vivir como la hiena en la jaula, dándole vueltas al odio.



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