Por César Pérez
El debate sobre la izquierda se ha mantenido vivo por casi dos siglos y nada indica que se apagará, a pesar de que muchos la quieren y hasta la declararan muerta. En general, la polémica gira en torno a qué es o cuáles son los elementos que la definen, si se existe o no y si en realidad hoy día existen linderos claros que la diferencia de la derecha. Aquí, algunos militantes de esa corriente dedican todos sus esfuerzos en establecer quién es o no de izquierda. Sin embargo, creo que como mejor podríamos establecer conocimiento sobre este tema es si lo enfocamos desde la perspectiva de los momentos y circunstancias que han marcado el significado de la referida corriente.
A tal propósito, creo que el contexto en que nació la Revolución Bochevique, la más significativa práctica de poder de la izquierda, la obligó a enfrentar corrosivas vicisitudes para sobrevivir en sus primeros años, que fueron determinantes para el futuro/final de esa práctica y el futuro de la izquierda. Recordemos que esa primera experiencia socialista se inició en un país con significativos niveles de atraso en lo social, sin ninguna tradición democrática, y brutalmente agredida por los países que la circundaban. Siempre se pensó que lo óptimo sería que el socialismo se iniciase en un país desarrollado y en ese sentido, Lenin decía que la revolución sucumbiría si no ocurrían otras revoluciones en Europa. Las revoluciones nunca llegaron y el resto es historia.
Antonio Gramsci, clarividente, se dio cuenta de que estas no llegarían y tuvo la valentía de decirlo y la lucidez para elaborar una teoría sobre la acción política en Occidente. Logró la más acabada concepción sobre la sociedad civil, de la cual extrajo su concepto de hegemonía, la complejidad del Estado, y la lucha de las ideas. Estas cuestiones son claves para entender porque en Italia se construyó el más importante partido comunista a nivel mundial, el cual no pudo acceder al poder porque la llamada Operación Gladio de la CIA/OTAN obligó al partido gobernante, Democracia Cristiana, a mantener ese partido fuera de cualquier fórmula de gobierno, a pesar de que una vez logró el voto de 3.5 de cada 10 italianos.
En Europa no se produjeron las revoluciones que salvarían la bolchevique, pero allí y en otras partes se han producido movimientos que han sacudido varios países, siendo decepcionantes sus resultados. El más importante fue el llamado mayo francés, que puso patas arriba a Francia durante prácticamente todo el discurrir del 1968, pero en las elecciones del año siguiente las izquierdas perdieron 100 diputados. Últimamente en ese país, los llamados chalecos amarillos han escenificado amplias protestas, pero en las elecciones presidenciales de este año el partido ultraderechista y xenófobo de la Le Pen obtuvo el mejor resultado de su historia, 41,45%, y en las legislativas de 8 pasó a 89 legisladores. En España, a Podemos le ha ido bien pero su potencialidad ha disminuido.
Esas cuestiones no pueden ser separadas de otra que también debe mover a la reflexión. Por ejemplo, en los años del mayo francés en Europa sólo los partidos comunistas italiano y francés, el primero por muchos más grande que el segundo, junto al español, el griego y al portugués eran los únicos PC europeos con incuestionable relevancia, pero los últimos citados estaban ilegalizados. En todo el mundo sólo existían un puñado de PC. En AL, podían contarse el chileno y en menor medida el uruguayo y el argentino. Hoy, en Europa conserva cierta importancia sólo el portugués y en parte el francés, en AL el chileno. Los demás en Occidente son prácticamente sólo una ilusión.
El partido, como categoría política, está en crisis sin que se avizore su desenlace. Mirar el mundo con los ojos de inicio del pasado siglo constituye un desatino. No puede pensarse esa categoría como si en el mundo no se hubiesen producido profundas transformaciones en la organización del trabajo de las estructuras de clases, de la de la familia, de las formas de relacionamiento entre los sujetos sociales y en las instituciones sociales. Pensar los cambios sociales con los criterios de inicios del siglo XX, constituye una cortedad de miras irremediablemente inconducente. Antes, las sociedades eran más simples, no tenían el entramado de sujetos, formas de producir y de poderes reales y fácticos de hoy.
Por ejemplo, en Colombia Petro ha recurrido a talentosas figuras que ocuparon cargos en pasados gobierno, pero que mantuvieron posiciones críticas en importantes temas, es el caso de un ex juez de la Suprema Corte nombrado en el ministro de defensa, ampliamente conocido por su combate a la corrupción, al paramilitarismo y al propio Uribe. Otros, en los ministerios de Hacienda y de Relaciones Exteriores. Algunos critican que haya recurrido a esas figuras, pero el programa del nuevo gobierno sólo lo pueden ejecutar quienes tienen competencia para tal fin. En Rusia, para impulsar la producción Trotsky recurrió a altos gerentes del antiguo régimen y para defender la revolución a generales del antiguo ejército.
En tal sentido, las tareas y enfoques de la izquierda de este tiempo son muy diferentes a la de otros tiempos y si esto no se entiende se seguirá caminando el camino del nunca jamás, el camino de la perpetua fe.
Fuente: La izquierda en el tiempo | Acento
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