Por Ángel Pichardo Almonte
Dedicado a la ingeniera Mayra Sánchez, maestra de las aguas
Se había levantado apresuradamente, resuelto a quebrar la eternidad del silencio.
Presentía que lo trascendental habría de suceder. El torrente de aguas cristalinas en su sueño, la tribulación al despertar, y esa extraña pero, familiar sensación, la misma que siempre sentía cuando algún presagio adelantaba en su pecho.
La noche anterior fue una luminosa fiesta con abundantes guirnaldas estrelladas, colgadas en el vasto confín.
Sintió como toda la cúpula celestial, con sus galaxias y mundos, podía ocupar el pequeño estanque dispuesto en un extremo de la tierra que habitaba.
El reflejo ocurría con tal luminosidad que, entre el lago y el cielo, se configuraba un puente de luz desde donde se asistía al espectacular descender de las estrellas.
Cada vez que esto ocurría, intentaba atravesar el hechizo, y lanzando piedritas a la superficie sobre la superficie del lago, revivir el movimiento ondular. Imaginaba cada estrella sumergida, saltar y retozar entre cada onda de amplitud, al mismo tiempo, el armonioso chasquido agregaba la estructura musical a la inusitada manifestación.
De repente, la seducción manifiesta, cubierto de infantil desnudez, se lanzaba a sus aguas, bastaba su peso para dar al “charco de los músicos” la sensación de rebosamiento y desparramarse en todas las direcciones, cada gota se filtraba por entre las ligeras hojas de hierba hasta descender y sembrar de luz las entrañas de la tierra.
Con cada movimiento pretendía abrazar la noche, al tiempo que los puntos de luces se deslizaban por su cuerpo, el agua dotaba a los astros de tal flexibilidad que podían verse ocupar y penetrar cualquier forma y espacio.
Se divertía tomando agua entre sus manos, intentar contar las que había atrapado, y luego, lanzarlas al aire, para encender la noche de mágica exaltación.
Llenar de espejos el fondo del lago simulaba el nacimiento de cada estrella fulgurante surgiendo desde la profundidad para adentrarse a la majestuosidad de la noche.
Cada estrella formaba hilos de luz entrelazadas por los peces al atravesar el fluido, luz y peces se divertían en su imaginación. Ahora cada pez nadaba entre las estrellas, y sus luminosas escamas se intercambiaban con cada Galaxia reflejada.
Todo el universo multiplicado por cada gota de agua desprendida de sus cuerpos en contorneados movimientos.
No existían ojos capaces de acaparar en un solo instante la infinitud reflejada en cada gota y escama. Y el espectacular colorido de la noche, incendiaba el lago, estremecido de tanta luz, procedía a mover y batirse, hacer acercarse a estrellas distantes, convidadas a volar en sus olas, colocarlas en filas cuando rielaban en la superficie, y lo mejor, verlas girar en círculos imperfectos en cada torpe nadar de un pequeño pez travieso.
Una estrella fugaz atravesó toda su superficie hasta desaparecer en la otra orilla.
– si hubiese caído dentro del lago, podría haberla rescatado, cabalgando al costado de uno de los peces.
Eran noches interminables. Encuentros fundidos entre cielo y lago. Como si un romance milenario se hubiera adelantado a la separación que aún persiste.
-“somos, tanto como polvo de estrella, somos agua cósmica.” Decía la maestra, para despertarle de su éxtasis.
Se estrujo los ojos, como garantía de saberse despertando.
Levantó su mano, la bajó de inmediato comprendiendo para sí lo paradójico de su conclusión.
Concibió que el juego de las estrellas en la superficie del lago no era como lo había imaginado.
Cada chispa de agua, presurosa, se dispone todas las noches, a reencontrarse en su viaje de regreso al corazón ardiente de cada estrella, en perenne afán de encontrar la madre que le dio origen.
Y de repente, sonrió, pudo interpretar, que por cada gota de líquido que viaja majestuosa en el universo, hay una estrella desesperada por encontrar en su fuga su entrañable chispa de vida hoy atrapada.
Toda gota de agua milenaria, hoy contenida de lágrimas y sudores ancestrales, peregrina por las noches a reencontrar el polvo de estrellas que también, presuroso, intenta el abrazo meteórico para endulzar el ardiente manto que cubre la mano agitada por el soplo.
Fuente: https://scharboy2009.wordpress.com/2023/01/02/gota-de-estrella/
Ángel Pichardo Almonte
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